Eduardo lanzó un quejido de dolor al sentir el golpe, y Marella aprovechó para retroceder, temblando, pero decidida a no ceder ante él. Eduardo miró su herida con rabia, tocando la sangre que le escurría por el rostro. Sus ojos, llenos de odio, se fijaron en ella, cargados de amenazas no pronunciadas. Marella, sintiendo el peligro, dio otro paso hacia atrás, preparándose para defenderse si él intentaba algo más, pero justo en ese momento, el sacerdote de la iglesia apareció entre ellos, interponiéndose.—¿Qué está pasando aquí? —exclamó el sacerdote, observando la tensión entre ambos—. Este lugar es sagrado, no es para que alguien lastime a una mujer. —Su tono era firme, sus ojos claros y severos se posaron en Eduardo—. Márchese ahora, o llamaré a la policía.Eduardo soltó una carcajada amarga, pero el desprecio en su mirada era evidente. Sabía que no podía continuar sin enfrentar consecuencias. Así que, sin decir una palabra más, salió rápidamente de la iglesia, lanzando una última mi
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