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Suzy observó a sus padres y a los de Carlos, y sintió una mezcla de resignación y agotamiento. Había pedido a Marella que se marchara, sabiendo que la presencia de su amiga solo añadiría tensión a la situación. Aunque Marella quería quedarse para apoyarla, Suzy no quería que su amiga se enfrentara a una discusión innecesaria con sus familiares.—¿Estás segura de que estarás bien, Suzy? —preguntó Marella, dudosa.Suzy asintió, esforzándose por mostrar firmeza.—Lo prometo. Solo será un momento. Nos vemos pronto.Con un último beso en la mejilla, Marella se fue, dejando a Suzy sola ante el torbellino de emociones que la esperaba al otro lado de la puerta.Al entrar, la madre de Carlos fue la primera en reaccionar. Con el rostro visiblemente angustiado, se acercó a Suzy y la abrazó con una desesperación que casi le hizo perder el equilibrio. Suzy respondió al abrazo de manera mecánica, sintiéndose atrapada entre los recuerdos de lo que alguna vez fue cariño por sus suegros y el resentimie
Yolanda se giró lentamente, con el corazón acelerado y una sensación fría recorriéndole la columna vertebral.La mirada de Alejandro era fija, penetrante. No había duda en sus ojos: él sabía la verdad. Toda la verdad.Un sudor frío empezó a recorrer su frente. Sus labios se sellaron involuntariamente, como si sus palabras pudieran traicionarla en cualquier momento.—Ve a comprar, Glinda, te alcanzaré.Glinda asintió, pero su mirada se volvió intrigada.Se apartó de ellos, pero no tan lejos.«¿Qué ocultas, Yolanda? Debo averiguarlo, no me vas a tener en tus manos», pensó.—¿Qué quieres, Alejandro?El hombre sonriò con una burla en su rostro.—Señora Aragón, quiero que me devuelvas mi puesto como guardia personal de Máximo.—¡¿Estás loco?! ¿Quién te crees para pedirme eso?Alejandro volvió a sonreír.—La viborita creció hasta convertirse en una gran culebra, ¿Verdad? —el hombre tomó su teléfono, y le mostró una foto.Los ojos de la mujer se volvieron temerosos, el hombre en la foto antig
Cuando Yolanda regresó a la mansión, el aire estaba cargado de tensión.Se encontró con Máximo, quien parecía haber esperado ansiosamente su llegada. Al verlo, su corazón se aceleró, y sin mediar palabras, él comenzó a hablar.—Tengo miedo por el futuro de Eduardo, Yolanda —dijo, su voz quebrada por el temor.Yolanda, al escuchar esas palabras, sintió que la angustia la invadía como una marea imparable. No pudo evitarlo. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro, cayendo lentamente, como si fueran las gotas de un dolor que había estado reprimiendo.—No quiero que le pase nada malo. —La voz de Yolanda se quebró—. Si Eduardo cae... ¿Qué será de él? Mi hijo está en juego, Máximo. Él es todo lo que me queda.Máximo se acercó, sin decir nada, pero sus brazos rodearon a Yolanda con fuerza, como si pudiera protegerla de la tormenta que se desataba en sus corazones.Yolanda descansó su cabeza sobre su pecho, dejándose llevar por la sensación de consuelo que él le ofrecía. Pero sabía q
Cuando Carlos Ibáñez abrió los ojos en aquella fría habitación, lo primero que preguntó fue por su esposa. Al descubrir que Suzy no estaba allí, su máscara de arrogancia se desplomó, y un llanto amargo brotó de él, revelando la desesperación de un hombre que, en el fondo, sabía lo perdido que estaba.—¡Quiero verla! —sollozó, sin rastro, de la soberbia que siempre lo había caracterizado—. Cometí errores, ¡pero también me engañó! Ella dijo que tendríamos un matrimonio abierto… ¿Y ahora me deja así? ¡No es justo!Los padres de Suzy, testigos de aquella confesión rota, lo miraron con el desprecio de quienes se sentían profundamente traicionados, no solo por su yerno, sino por toda la situación.—¿Dónde está nuestra hija? —demandó su madre con voz helada.Carlos, desesperado, no tardó en darles la dirección de la mansión en la que Suzy ahora vivía, pensando, en lo más profundo, que quizás ellos la traerían de vuelta a él.***Marella observaba el vestido de novia que yacía frente a ella, s
—¿Sabes? —Marella suspiró, bajando la mirada—. Eduardo me besó hace unos días, pero no sentí nada. Solo asco, rabia… Como si el amor que sentía se hubiera evaporado por completo. Y Dylan… él es tan diferente. Cuando estoy entre sus brazos, es como si el mundo desapareciera. Me siento deseada de una manera que nunca imaginé.Suzy la miró con ternura y curiosidad a la vez.—¿Y.… no han estado juntos?Marella sintió sus mejillas arder. Bajó la cabeza, atrapada entre el deseo y la vergüenza.—¡No! —respondió rápidamente—. Pero a veces pienso que… tal vez él no quiere estar conmigo porque me ve como alguien usada. Como una mujer manchada.—¡No digas eso! —exclamó Suzy, tomando las manos de Marella con firmeza—. No eres una mujer usada, Marella. Eres alguien que merece amor, y Dylan lo sabe. He visto cómo te mira… te juro que hay algo profundo en su mirada, algo que va más allá del deseo. Quizás solo está esperando el momento adecuado, tal vez hasta la noche de bodas.Marella dejó escapar un
Más tarde, Glinda fue al laboratorio.Se encargó de que los resultados fueran enviados directamente a su correo electrónico.Cada segundo contaba, y la ansiedad la consumía. No quería levantar sospechas, pero una parte de ella sentía que se estaba adentrando en un terreno peligroso, uno del que no podría regresar tan fácilmente.Al llegar a casa, se apresuró a cerrar la puerta tras ella, intentando mantener la calma.A pesar de su fachada controlada, un torbellino de pensamientos y temores recorría su mente. Esperaba pronto comprobar la mentira de Yolanda, si ella la tenìa en sus manos, ahora ella también.***Por la noche, Marella estaba en su habitación.El vestido dorado caía suavemente sobre su figura, el brillo del satén parecía acentuar cada línea de su cuerpo.Estaba nerviosa, pero no podía permitir que eso la detuviera.Esta noche no era una noche cualquiera; la presentación como esposa de Dylan Aragón ante la alta sociedad era un paso crucial.Algo dentro de ella se revolvía a
Marella miró sus ojos oscurecidos, pero no podía distinguir, tenía miedo.Intentó detenerlo, el hombre respiraba rápido, con su toque aun sobre su pierna.—¿No te gusta? —susurró a media vozElla acarició su rostro, luego, se quedó quieta.Su cuerpo temblaba, estaba nerviosa, pero con la cabeza tan confusa como una adolescente enamorada, no sabía que era lo que Dylan quería, pero quería lo que él quisiera.Siempre soñó con sentirse amada, deseada por un hombre y ella ser la única mujer en su mente, ahora parecía tan real.De pronto Dylan bajó la manga de su vestido dejando a la vista su pecho izquierdo, ella no llevaba sujetador, intentó cubrirse, pero el hombre tomó su mano, impidiéndolo, la mano de del hombre la acarició, ella se tensó.Él acarició su pezón con los dedos, ella se curvó, agitando su respiración, la sensación era exquisita, su cuerpo le pedía más, no podía pensar.En manos de Dylan, no podía pensar en nada. Él la observaba.Ante su antifaz y la oscuridad, era imposible
El agudo sonido de la ambulancia cortó el aire, devolviendo a Marella y Dylan a la realidad. Marella se apresuró a arreglar su vestido y acomodar su cabello, con el corazón aún acelerado.—¡Dylan! ¿Pasó algo? —preguntó ella, la preocupación pintada en su rostro.Dylan no respondió de inmediato. La atrajo hacia sí, besándola con firmeza antes de susurrar:—Calma, nada malo pasó.De pronto, un crujido rompió el momento. Dylan se tensó y, sin pensarlo, se apartó para investigar. Apenas alcanzó a vislumbrar una sombra que se alejaba rápidamente.—¿Eduardo? —murmuró entre dientes, sintiendo una oleada de rabia. Su intuición le decía que algo no estaba bien, pero decidió guardar silencio. No quería alarmar a Marella, al menos no todavía.Cuando regresaron al salón, se encontraron con un espectáculo desconcertante: una ambulancia estacionada frente a la mansión y dos paramédicos cargando una camilla con el cuerpo inconsciente de Franco.—¡Franco! —exclamó Dylan, sintiendo un nudo en el estóma