Después de elegir algunos artículos al azar, me dirigí a la vendedora:— Envuelva todo lo demás, además de lo que acabo de señalar.Luego, mirando a Amaia a los ojos, comenté con una sonrisa:— Para alguien con tanto dinero como tú, Amaia, esto debe ser una nimiedad, ¿no?Amaia, visiblemente sorprendida por mi descaro, me miró pálida. Sin embargo, para mantener las apariencias, tuvo que contener su enojo y se acercó a la caja para pagar.Después de un momento para recomponerse, finalmente tecleó su PIN con aparente normalidad. Pero al instante siguiente, la vendedora le informó cortésmente:— Disculpe, señorita, pero esta tarjeta ha sido bloqueada.Amaia, primero atónita y luego con el rostro enrojecido, exclamó:— ¡Imposible! ¡Inténtelo pues de nuevo!La vendedora pasó la tarjeta una y otra vez, su expresión volviéndose cada vez más incómoda. Sus miradas de desdén eran como bofetadas en el rostro de Amaia.Cuando sonó su teléfono, Amaia lo atendió desesperadamente, como si fuera su sa
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