Miré desconcertada a Alejandro, cuyo rostro mostraba una emoción de enojo. Extendió ansioso sus brazos hacia mí.— Lucía, hermanita, por fin puedo verte de nuevo —dijo con mucha devoción.Me di la vuelta con repugnancia.— Alejandro —le dije—. Ya te lo dije. No volveré a llamarte hermano. Ya no soy tu hermana.La emoción en sus ojos se desvaneció poco a poco y sus brazos cayeron.— Hermanita —murmuró—, ¿serías más feliz si yo muriera?Su voz estaba cargada de una súplica indescriptible.— No —respondí—. Si pudiera, desearía que...Él escuchaba en completo silencio, con una leve sonrisa y una expresión de devoción casi enfermiza.— ...vivieras cien años. Y murieras solo.Su sonrisa se congeló al instante.— Lucía, ¿qué dices?— Digo que no puedes morir. Porque no quiero verte. Alejandro, en esta vida y en la siguiente, por toda la eternidad, no quiero volver a verte jamás.El día que dejé este mundo, fui a ver a Iker y Felicia por última vez. Estaban allí de pie frente a mi tumba, recor
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