“El peso de la verdad”El viento arrastraba el llanto de las flores frescas sobre las lápidas. Las hojas secas crujían bajo los pasos de los últimos asistentes al entierro. El cielo, aún gris, parecía desplomarse lentamente sobre el mundo. El cementerio se estaba quedando en silencio, cubierto por una tristeza espesa que dolía en el aire.Marta no podía más. Su pecho se sentía comprimido, su respiración era entrecortada, y cada latido parecía un golpe contra su propio cuerpo. Las lágrimas brotaban sin cesar, quemándole las mejillas. Su mirada fija en la tierra que acababan de lanzar sobre el ataúd de su hija la paralizaba.—¡No! —gimió, de pronto, con voz quebrada. Se giró, y sin mirar a nadie, rompió en una carrera desesperada entre los árboles del cementerio—. ¡No puedo estar aquí!Sus pasos eran torpes, casi sin fuerza. Las raíces sobresalientes de los árboles parecían querer detenerla, los arbustos le rozaban los brazos, pero ella solo quería escapar de aquella mentira, de aquell
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