“Una esperanza entre sombras”La luz del sol apenas comenzaba a filtrarse por los ventanas del hospital, tiñendo de dorado los fríos pasillos blancos y silenciosos. A esa hora, solo el murmullo lejano de las enfermeras, el sonido intermitente de monitores cardíacos y el eco de pasos suaves acompañaban el ambiente.Adrien caminaba por el pasillo con paso firme, pero sus ojos revelaban el cansancio de muchas noches sin dormir. Llevaba una chaqueta negra y jeans oscuros, el rostro sin afeitar, el cabello ligeramente desordenado. No era el hombre elegante que solía mostrarse en sociedad. No ese día. Ese día era simplemente un hijo preocupado… y un hombre dispuesto a proteger con su vida a la mujer que amaba.Al llegar al final del pasillo, una mujer de rostro amable y mirada cansada se levantó de un pequeño sillón de espera. Su madre.—Hijo… por fin llegas —dijo con voz suave, caminando hacia él con los brazos extendidos.Adrien la abrazó con fuerza, apoyando el rostro en su hombro.—Tra
La mañana había amanecido gris. Un cielo encapotado cubría la ciudad con una densa capa de nubes, como si el mismo día presintiera que algo oscuro estaba por suceder. En un edificio de oficinas ubicado en las afueras, una figura sombría contemplaba por la ventana, su silueta recortada contra el cristal empañado por el frío de la madrugada.Álvaro Gutiérrez sostenía una taza de café negro entre las manos, pero no había probado ni un sorbo. Su mandíbula estaba tensa, y sus ojos, oscuros y calculadores, reflejaban una mezcla de sospecha e ira contenida.—Demasiado silencio... —murmuró para sí mismo.Dejó la taza sobre el escritorio con un golpe seco, se puso de pie y tomó su chaqueta de cuero negro. Se la colocó con lentitud, como si al ajustarse cada botón también se estaría armando de determinación. Mientras lo hacía, sus hombres ya se habían alineado afuera de su oficina, alertados por la forma en que se cerró la puerta de golpe.Uno de ellos, de rostro serio y complexión fuerte, lo o
El sol de la tarde comenzaba a descender con suavidad, tiñendo el cielo de un dorado tibio que bañaba el jardín de la mansión Ferrer. Entre los árboles altos, el canto de algunos pájaros resonaba en armonía con la brisa que movía levemente las ramas. Alejandro estaba sentado en una banca de piedra bajo la sombra de un roble. Sostenía a su pequeño hijo en brazos con una ternura que contrastaba con la tristeza que aún se reflejaba en su mirada.A su lado, Margaret observaba en silencio. Aunque intentaba parecer tranquila, sus ojos se posaban con frecuencia en el rostro de Alejandro, como si tratara de adivinar en qué pensaba. De pronto, el bebé comenzó a mover sus manitos con inquietud, y su llanto suave rompió el momento de quietud.—Ya es hora de su biberón —dijo Margaret al escuchar el llanto—. Creo que tiene hambre.Alejandro ascendiendo, ajustando al pequeño con delicadeza contra su pecho.—Sí, es mejor que entremos. No quiero que pase hambre.Ambos se levantaron y caminaron en dir
La noche había caído sobre la ciudad, cubriendo las calles con un manto oscuro salpicado de luces. Álvaro conducía con una mano en el volante y la otra reposando con firmeza sobre el muslo de Margaret. Ella no decía nada, pero sus labios curvados en una media sonrisa lo decían todo. La tensión entre ambos era como un hilo eléctrico que vibraba con cada segundo de silencio.Al llegar al hotel, no usaron la entrada principal. Álvaro, precavido como siempre, desvió el auto hacia el estacionamiento subterráneo, donde ya lo esperaban dos de sus hombres. Nadie más tenía acceso a ese lugar. Allí, en el rincón más privado del hotel, un ascensor exclusivo los llevaría directamente a su habitación.—Vamos —dijo él con voz baja, tomando a Margaret por la cintura.El ascensor se abrió con un leve sonido metálico. Mientras las puertas se cerraban tras ellos, la atmósfera se llenó de una electricidad que ambos conocían bien. Margaret se volvió hacia él, y sin decir una palabra, lo besó. Fue un beso
Dos meses habían transcurrido desde la supuesta muerte de Camila. La vida en la mansión Ferrer parecía haber retomado su curso habitual, aunque bajo la superficie, las heridas seguían abiertas.El sol apenas comenzaba a asomarse por los ventanales de la gran mansión Ferrer. La brisa de la mañana acariciaba suavemente las cortinas de lino blanco, y el canto de los pájaros anunciaba el inicio de un nuevo día. Alejandro se levantó temprano, como era costumbre desde el nacimiento de su hijo. A pesar del vacío que seguía sintiendo por la pérdida de Camila, el pequeño le daba fuerzas para continuar.Se puso su traje con parsimonia y salió de su habitación en silencio. Antes de bajar, decidió pasar a ver al bebé. Al abrir la puerta del cuarto, una sonrisa se dibujó en su rostro al verlo dormido, con las manitos apretadas como si soñara algo importante.—Buenos días, campeón —susurró con ternura, acercándose a besarle la frente.Isabela, su madre, estaba en una butaca meciéndose con suavidad
La mañana avanzaba con paso lento, como si el tiempo mismo se negara a seguir su curso. El cielo, cubierto de nubes grises, presagiaba un día cargado de emociones. El auto de Alejandro avanzaba por la avenida con suavidad, deslizándose entre el tráfico matutino mientras la ciudad comenzaba a despertar.Margaret, sentada a su lado, mantenía la mirada fija en él. Habían pasado ya varios minutos en completo silencio, un silencio tenso, incómodo, lleno de cosas no dichas. Finalmente, ella rompió la calma con una voz suave, pero cargada de intención.—¿Crees que algún día podamos empezar de nuevo... por nuestro hijo?Alejandro no la miró. Mantenía la vista firme en la carretera, con las manos aferradas al volante como si de ello dependiera su control emocional. Sus ojos reflejaban una tormenta interna que se negaba a manifestar.—Margaret... no empecemos —respondió con voz cansada, sin alterar el ritmo de su conducción.Ella frunció los labios, dolida. Se acercó un poco más a él y apoyó su
Enemigos en la sombraEl edificio Ferrer Corporativo se alzaba imponente en medio de la ciudad, sus amplias cristaleras reflejaban el cielo nublado de esa mañana pesada. Alejandro estacionó su automóvil en el lugar de siempre, apagó el motor y se quedó unos segundos en silencio, respirando profundamente mientras apretaba el volante. Luego, con un leve movimiento de cabeza, como si se obligara a sí mismo a seguir adelante, salió del vehículo.Apenas puso un pie en el vestíbulo, fue recibido por los atentos saludos de sus empleados.—¡Buenos días, señor Ferrer! —dijo el portero con una sonrisa formal.—Buenos días —respondió Alejandro con un leve gesto de cabeza, caminando con paso firme hacia los elevadores.Su presencia imponía respeto. Vestido impecablemente con un traje gris oscuro, camisa blanca y una corbata azul marino, Alejandro irradiaba autoridad. Sin embargo, en su mirada se notaba un velo de cansancio, de preocupaciones que no lograba sacudirse.Al llegar a su piso, su secr
La mañana avanzaba lenta en la empresa Ferrer Corporativo. El sonido de teclados y teléfonos resonaba en los pasillos mientras los empleados realizaban sus labores cotidianas. Andrés cruzó el vestíbulo principal con paso firme, sus zapatos resonando contra el mármol brillante del piso.Vestía un traje oscuro y una expresión de preocupación dibujada en el rostro. Saludó con un leve movimiento de cabeza a algunos empleados que lo reconocieron mientras caminaba directo hacia la oficina de Alejandro.Al llegar al área de recepción privada, fue recibido por la joven secretaria de su primo, Carolina.—Buenos días, señor Ferrer —saludó ella con una sonrisa profesional.—Buenos días, Carolina —respondió Andrés, intentando sonar casual—. ¿Está Alejandro?Carolina se mostró con cortesía.—Sí, señor. Puede pasar.Andrés agradeció con un gesto y avanzó hasta la gran puerta de madera. Respiró hondo y tocó dos veces.—Adelante —se escuchó la voz firme de Alejandro desde dentro.Andrés abrió la puer