Selene corría entre los árboles, el viento frío azotando su rostro, pero todo lo que sentía era el calor sofocante de la desesperación. Aron, su pequeño cachorro, se debilitaba con cada segundo que pasaba, y su corazón latía con una intensidad abrumadora. El pánico nublaba sus sentidos, pero no podía rendirse. Debía encontrar una forma de salvarlo, de restaurar el calor y la vida que apenas se aferraba a su hijo. —¡Aguanta, mi amor, por favor! —murmuraba entre jadeos, abrazando con fuerza a Aron, cuyo cuerpo estaba más frío que nunca. Con un último esfuerzo, Selene llegó a la orilla del antiguo lago, donde el agua oscura parecía emanar una energía ancestral. Sabía que este lugar podía ser su única esperanza. Sin pensarlo dos veces, tomó a Aron y, con el corazón palpitando de ansiedad, lo sumergió en el agua fría. En el instante en que el líquido tocó su piel, algo extraordinario ocurrió. Aron comenzó a brillar con una luz intensa y cálida, como si el mismo lago le estuviera infu
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