Don Arturo, con su figura encorvada por el peso de los años, se puso de pie de repente, como si un rayo de determinación lo hubiera atravesado.— ¡Lucas, detrás de mí! — gritó, cubriendo al niño con su cuerpo, sintiendo que la amenaza se acercaba.Sofía, la mujer que había cruzado la puerta, se acercó más, una sonrisa torcida en sus labios.— ¿Así que este es tu nuevo protegido? Junto con su madrecita escuálida — dijo con sarcasmo, observando a Lucas con una mezcla de desdén y diversión —. ¿No te parece un poco arriesgado, Don Arturo? Dar demasiado por personas tan… ¿Cuál sería la palabra? ¡Ah! Personas insignificantes.El anciano, con la mirada fija en ella, le exigió que se detuviera.— No te acerques a él, Sofía. No quiero que le hagas daño — advirtió, sintiendo cómo la tensión en la habitación aumentaba —. Es solo un niño.Sofía, fingiendo dolor, se llevó una mano al pecho.— Pensé que tú me querías, pero al igual que todos, solo buscas poder y te conformas con baratijas — dijo, d
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