La noche caía en la ciudad como un manto oscuro, mientras Lucas, temblando, observaba cómo los hombres de Cedric se movían con nerviosismo. El aire estaba cargado de tensión, y el silencio era interrumpido solo por el murmullo distante de las sirenas. En un instante, los hombres de Cedric, al ver la luz de los coches de policía acercándose rápidamente, soltaron a Lucas. El niño cayó al suelo, pero no se detuvo. Se levantó y, con el miedo aun palpitando en su pecho, se dirigió hacia la carretera.Cuando llegó el oficial de policía, Lucas se encontró en una especie de trance, temblando. El oficial, un hombre de apariencia seria, pero con ojos comprensivos, se acercó rápidamente a él.— ¿Qué ha ocurrido, amigo? ¿Quiénes eran esos hombres? No tengas miedo — le dijo con una voz tranquilizadora.Lucas lo miró con ojos fríos, llenos de una madurez que no correspondía a su edad.— No tengo miedo — respondió con una firmeza que sorprendió al oficial —. Acaban de secuestrar a mi mamá, y nadie s
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