El sol apenas se había asomado por el horizonte, y la luz tenue que entraba por la ventana iluminaba la habitación de Lucius. A sus once años, la vida le había enseñado más de lo que un niño debería saber. Sabía que el día que nunca esperó finalmente había llegado, el día que lo separaría de todo lo que amaba.— ¡No quiero irme! ¡Mamá, por favor! — gritaba Lucius mientras se retorcía en los brazos de un militar, un hombre de rostro impasible que lo sostenía con fuerza.Sus ojos estaban llenos de miedo y desesperación, mientras sus pequeñas manos luchaban por liberarse de aquel agarre que parecía un abrazo mortal.La madre de Lucius, de rodillas en el suelo, lloraba desconsoladamente.— Por favor, déjenlo en paz. Es solo un niño, no puede irse. ¡No puede! — suplicaba, su voz quebrada por la angustia. La imagen de su madre, desgarrada y vulnerable, era un dolor punzante que atravesaba el corazón de Lucius.— ¡Papá, por favor! — gritó una vez más, su voz llena de desesperación —. Al menos
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