Un poco más de lo que es el personaje de Cedric. Nada es casualidad. Y como todo loco, su obsesión es mala, enferma y turbia.
Clara se encontraba en el umbral de la entrada de su departamento, sintiendo la tensión en el aire como un hilo afilado que cortaba su respiración. Cedric, con su mirada intensa y decidida, había hecho una propuesta que no podía ignorar.— Clara, ven conmigo. No hay tiempo que perder — dijo, su voz grave resonando en la estancia como un eco ominoso.Ella lo miró, su corazón latiendo con fuerza, y sintió cómo una oleada de rechazo la invasión.— No, Cedric. No voy a ir contigo. No quiero saber nada de lo que tienes planeado — respondió, con una firmeza que apenas ocultaba su miedo —. Quitaste un arma en rente de mi hijo.Cedric apretó sus manos en puños, una reacción que no pasó desapercibida por Clara. La tensión en sus músculos era palpable, como si una tormenta estuviera a punto de estallar. Se acercó a ella, la distancia entre ambos se acortó, y en un movimiento rápido, tomó su brazo con una fuerza que la hizo estremecerse.— Te estoy hablando en serio, Clara. Necesitas acompañarme
La noche caía en la ciudad como un manto oscuro, mientras Lucas, temblando, observaba cómo los hombres de Cedric se movían con nerviosismo. El aire estaba cargado de tensión, y el silencio era interrumpido solo por el murmullo distante de las sirenas. En un instante, los hombres de Cedric, al ver la luz de los coches de policía acercándose rápidamente, soltaron a Lucas. El niño cayó al suelo, pero no se detuvo. Se levantó y, con el miedo aun palpitando en su pecho, se dirigió hacia la carretera.Cuando llegó el oficial de policía, Lucas se encontró en una especie de trance, temblando. El oficial, un hombre de apariencia seria, pero con ojos comprensivos, se acercó rápidamente a él.— ¿Qué ha ocurrido, amigo? ¿Quiénes eran esos hombres? No tengas miedo — le dijo con una voz tranquilizadora.Lucas lo miró con ojos fríos, llenos de una madurez que no correspondía a su edad.— No tengo miedo — respondió con una firmeza que sorprendió al oficial —. Acaban de secuestrar a mi mamá, y nadie s
Lucas caminaba de un lado a otro en la oficina de Alejandro, su mente inquieta y llena de preocupaciones. Cada paso que daba resonaba en el silencio de la habitación, un eco de su ansiedad mientras esperaba noticias de su madre. La puerta estaba cerrada, y aunque sabía que Alejandro y su equipo estaban trabajando arduamente para rescatarla, la incertidumbre lo consumía.Don Arturo, lo observaba desde su asiento. Por un instante, su mirada se perdió en el niño, y en él vio un destello de su propio hijo.— Alejandro era así de inquieto y maduro — murmuró, su voz rasposa llenando el aire —. Poseía una inteligencia fenomenal, igual que tú.Lucas detuvo sus pasos, mirándolo con curiosidad.— ¿De verdad? — preguntó, sintiendo como si un rayo de esperanza iluminara su corazón.— Sí — continuó Don Arturo, su mirada nostálgica —. Era un niño muy inquieto y decidido; y, sobre todo, muy valiente.El niño sintió un impulso de confesión.— Yo... yo quiero mucho a Alejandro – dijo, su voz apenas un
Don Arturo, con su figura encorvada por el peso de los años, se puso de pie de repente, como si un rayo de determinación lo hubiera atravesado.— ¡Lucas, detrás de mí! — gritó, cubriendo al niño con su cuerpo, sintiendo que la amenaza se acercaba.Sofía, la mujer que había cruzado la puerta, se acercó más, una sonrisa torcida en sus labios.— ¿Así que este es tu nuevo protegido? Junto con su madrecita escuálida — dijo con sarcasmo, observando a Lucas con una mezcla de desdén y diversión —. ¿No te parece un poco arriesgado, Don Arturo? Dar demasiado por personas tan… ¿Cuál sería la palabra? ¡Ah! Personas insignificantes.El anciano, con la mirada fija en ella, le exigió que se detuviera.— No te acerques a él, Sofía. No quiero que le hagas daño — advirtió, sintiendo cómo la tensión en la habitación aumentaba —. Es solo un niño.Sofía, fingiendo dolor, se llevó una mano al pecho.— Pensé que tú me querías, pero al igual que todos, solo buscas poder y te conformas con baratijas — dijo, d
La tensión en la habitación era palpable. Don Arturo sabía que Sofía estaba al borde de un abismo, y temía qué podría hacer si no se calmaba.— Vete, Sofía. No hay nada aquí para ti. Solo dolor y sufrimiento — le dijo, su voz grave.— ¿Y si no quiero irme? — respondió ella, acercándose un poco más, como un depredador que acecha a su presa —. ¿Y si quiero quedarme y ver cómo se desmoronan tus sueños?— ¡Basta! — gritó Lucas, su voz resonando con fuerza en la habitación —. No puedes hacer esto. ¡No puedes!Sofía se detuvo por un momento, sorprendida por la valentía del niño. No debería, pero lo hizo. Ya había interactuado con ese bastardo y comprendía a la perfección e cariño de Alejandro por él, pero no le importaba. Su mirada se endureció.— ¿Y qué vas a hacer tú, pequeño? ¿Vas a intentar detenerme? — dijo, burlándose de él —. Soy más grande que tú.— Pero más tonta — repitió Lucas, sintiendo cómo la ira crecía en su interior —. ¡Solo quieres hacer daño!— Y tú, chiquitín, serás solo
Mientras tanto, Sofía seguía resistiéndose, pero Lucius la mantenía firmemente sujeta.— Quédate quieta, zorra asquerosa — graznó —. Mientras más te rehúses, menos compasión te tendrán,— ¡No me hables de compasión! No necesito tu lástima — respondió ella, su mirada llena de rabia —. He perdido todo lo que amaba. No me importa lo que me hagan. ¡Ya no tengo nada que perder!Lucius soltó una carcajada.— No pierdes algo que nunca has tenido; pero si hablas de tus padres, tranquila, ellos tambien irán presos.Más tarde, la tensión en el aire del hospital era palpable. Alejandro había insistido en que Lucas recibiera atención médica, y no solo eso; también necesitaba apoyo psicológico para lidiar con los traumas que había vivido. Lucius, por su parte, caminaba de un lado a otro en la sala de espera, sus pensamientos agitados, como un torbellino en su mente. Sofía había sido trasladada a su país para cumplir con su condena, junto con su familia, había caído como un rayo en medio de su torm
El sol apenas se había asomado por el horizonte, y la luz tenue que entraba por la ventana iluminaba la habitación de Lucius. A sus once años, la vida le había enseñado más de lo que un niño debería saber. Sabía que el día que nunca esperó finalmente había llegado, el día que lo separaría de todo lo que amaba.— ¡No quiero irme! ¡Mamá, por favor! — gritaba Lucius mientras se retorcía en los brazos de un militar, un hombre de rostro impasible que lo sostenía con fuerza.Sus ojos estaban llenos de miedo y desesperación, mientras sus pequeñas manos luchaban por liberarse de aquel agarre que parecía un abrazo mortal.La madre de Lucius, de rodillas en el suelo, lloraba desconsoladamente.— Por favor, déjenlo en paz. Es solo un niño, no puede irse. ¡No puede! — suplicaba, su voz quebrada por la angustia. La imagen de su madre, desgarrada y vulnerable, era un dolor punzante que atravesaba el corazón de Lucius.— ¡Papá, por favor! — gritó una vez más, su voz llena de desesperación —. Al menos
La emoción y los nervios se entrelazaban en el corazón de Alejandro mientras se preparaba para la cena de esa noche. Había esperado este momento durante tanto tiempo. Clara, la mujer que había esperado por él hasta recuperar su memoria, la mujer que había hecho todo lo posible por recuperar su amor, era su reina. No podía dejar que esta oportunidad se le escapara. La idea de proponerle matrimonio lo llenaba de alegría, pero también de ansiedad. Quería que todo fuera perfecto. Después de todo, no era un simple gesto; era un compromiso de vida.Clara, por su parte, estaba igual de nerviosa. Había pasado por tanto en los últimos años, y aunque había tenido que hacerse a un lado para proteger a Lucas y a Alejandro, su corazón siempre había pertenecido a él. El día en que recuperó sus recuerdos fue como un amanecer después de una larga noche. No podía imaginar su vida sin Alejandro. Sin embargo, el miedo a que las cosas no salieran como ella deseaba la mantenía inquieta.— ¿Crees que sea b