Alan sonrió correspondiendo a su abrazo. —Hola, tía. También me da gusto verte. Ella miró hacia la puerta como buscando algo.—¿Vienes sólo? El volvió a sonreír y asintió. Ella lo conocía perfectamente, lo miró a los ojos y supo que algo había pasado. Le regaló otra sonrisa, lo volvió a abrazar. —Vente, vente, que tengo algo de comida lista. Siempre me alegra verte, pero hoy más, ¡tengo una paella que flipas! —dijo ella, guiándolo hacia la cocina.Mientras caminaban, Alan observó la decoración del hogar: azulejos coloridos y fotos familiares en las paredes. Era un lugar lleno de vida y recuerdos hermosos. —Me alegra tanto verte, cariño —continuó Margaret, mientras servía un plato—. Espero que te este yendo bien en Nueva York.—Sí, tía, todo bien, pero la ciudad es un caos —respondió Alan, pensando en todo lo que estaba pasando. —No te preocupes, aquí todo es más tranquilo. Ahora, cuéntame, ¿cómo va el diseño gráfico? ¡Seguro que sigues siendo un artista de primera! El mejor —di
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