Cuando salí de casa de Ana Laura, lo primero que hice al subirme a mi auto fue tocarme los labios con las yemas de los dedos, como si no fuera capaz de creer que, de verdad, la había besado.Que, después de tanto tiempo, al fin sus labios se habían posado contra los míos. Al fin, mis sueños más profundos, de los que no solía hablar ni pensar, se habían materializado ante mí.Nunca unos labios habían logrado causar esa sensación que recorría mi cuerpo como los de Ana Laura, ni siquiera los labios de su hermana, Jessica, habían logrado conseguirlo. Era la diferencia entre un amorío juvenil y un amor real.A pesar de todo lo que había pasado, seguía amando a Ana, y admitirlo al fin lograba liberar un poco ese sentimiento que me oprimía, pero al mismo tiempo me generaba una nueva sensación de incertidumbre. Porque ahora, ahora que la tenía cerca, ahora que estaba nuevamente a mi alcance, ¿qué iba a pedir de mí? ¿Querría recuperarla?Conduje sin cuidado por un largo rato, hasta que decidí
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