«Diana, mi amada, no dejo de pensar en ti y en nuestro hijo, fruto de esas noches de pasión que compartimos. Pronto estaré contigo, para hacerte mía de nuevo. Tuyo, Ronald»Los ojos de Joaquín se llenaron de furia. Sentía cómo la rabia se acumulaba en su pecho, amenazando con estallar. Sin poder contenerse, lanzó la nota sobre la cama, frente a Diana. Ella la tomó rápidamente, con el corazón, latiéndole desbocado, y leyó las palabras que sellaban su condena.Sus ojos se abrieron en incredulidad.—¡Esto es mentira! —exclamó, con voz temblorosa—. ¡Joaquín, por favor, no lo creas! No sé por qué Ronald haría algo así, pero está jugando con nosotros. Te lo juro, este bebé es tuyo. Si es necesario, haremos una prueba de paternidad para que lo veas por ti mismo.Joaquín se apartó, frustrado y angustiado. Miró al techo, buscando consuelo, pero no encontró más que el eco de sus propios miedos.—¿De qué sirve? —murmuró con amargura—. Nos separaremos de todos modos. Este niño nacerá sin saber l
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