Gilbert Macallister.Mis ojos se clavaron en Marina, radiante en su vestido blanco. El tiempo parecía haberse detenido. La iglesia, con su aroma a incienso y flores, era un escenario perfecto para este momento que, a pesar de la felicidad que debía sentir, me provocaba una punzada en el corazón. Gema, mi esposa, apretó mi mano y me dirigió una sonrisa cálida. -Está preciosa, ¿verdad?-murmuró, y asentí con la cabeza, aunque mis pensamientos estaban en otro lugar.Llevaba a nuestro pequeño Nathan en brazos, su cabecita apoyada en mi hombro. Era como si lo tuviera ahí para recordarme lo que había ganado: una familia. Y sin embargo, una parte de mí anhelaba lo que nunca podría tener con Marina.La miré de nuevo, sus ojos brillando de emoción mientras intercambiaba miradas cómplices con Ethan. Recordé nuestros fugaces encuentros de amor,llenos de una pasión sin límites. Pero la vida, con su cruel ironía, nos había llevado por caminos distintos. Ahora, ella se casaba con otro hombre, y y
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