El cielo estaba cubierto de un gris opaco, con nubes que se deslizaban lentamente, como si el mismo firmamento llorara junto a ellos. El viento, cargado de una melancolía pesada, agitaba las hojas caídas del otoño, mientras el frío de esa tarde se colaba entre las almas. El aire tenía una frialdad que calaba más allá de la piel, haciéndose eco del vacío que había dejado John. El paisaje del cementerio parecía congelado en el tiempo, sumergido en una quietud inquebrantable, rota solo por el sonido ocasional de un susurro o el crujir de las ramas de los árboles en espera de todos.En la mansión, el ambiente era aún más denso. La familia, reunida para la despedida, parecía atrapada en una burbuja de silencio que solo rompían las miradas cargadas de tristeza. Isabella, vestida de negro riguroso, reflejaba la gravedad de la pérdida. Su rostro, normalmente lleno de determinación, ahora mostraba una vulnerabilidad que no dejaba lugar a dudas sobre el dolor que sentía. A su lado, Alessa, con
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