A medida que el auto avanzaba, Alessa sentía una desesperación creciente por llegar a la constructora. El aire estaba cargado de humedad, mezclando el olor a combustible con un tenue aroma a quemado. Su pecho se oprimía de manera extraña, como si un peso invisible le impidiera respirar con normalidad. De pronto, el sonido de los bomberos, ambulancias y carros de la policía la sobresaltó, y su desesperación se hizo mayor. El estruendo de las sirenas resonaba en sus oídos, intensificando su angustia.—Carter, acelera, ve más rápido, por favor —suplicó Alessa con desesperación, sus palabras salpicadas de lágrimas contenidas.—Tranquila, pequeña, ya casi llegamos. Todo estará bien. No sé qué ocurre, pero todo es caos este día —respondió Carter, intentando mantener la calma en su voz, aunque la tensión se reflejaba en su rostro.En ese instante, el celular sonó. La pantalla reflejaba el nombre de Isabella.—Hermana, gracias a Dios, ¿estás bien? ¿Dónde estás? ¿Cuándo regresas? —preguntó Ale
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