Al día siguiente, la joven se sobresaltó al despertar cuando la puerta de su dormitorio se abrió bruscamente. La sensación de frío le generó un temblor mientras se incorporaba en la cama, sus sentidos aún confusos por el sueño. Sus ojos, confusos por el abrupto despertar, captaron el contorno imponente de Giovanni Romagnoli, quien se había adentrado en la habitación con una arrogancia que parecía natural para él, como si no existieran fronteras entre ellos, como si todo, incluido su espacio más íntimo, le perteneciera.Los pasos firmes del hombre resonaron en el suelo de mármol, haciendo eco en el silencio incómodo de la habitación. Elena sintió cómo su presencia lo llenaba todo, sofocante, robándole el aire. Parpadeó rápidamente, su mente buscando una pregunta adecuada, pero antes de que pudiera formularla, él se adelantó, usando el mismo tono de siempre.—Levántate —dijo, su voz seca y tajante, sin rastro de compasión—. Tienes que prepararte. Hoy saldremos en la tarde.La joven,
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