Nueva York, 29 de marzo de 1930. La boda de David Hamilton y Sarah Wade, era, después de la boda de Blake y Maddie, otro de los grandes acontecimientos que sucedían dentro del círculo aristocrático neoyorquino. Toda la crema innata del lugar estaban allí presente. Todos menos los recién casados, que, por razones obvias, no participaba. Mientras terminaba de ajustarse su traje, el joven David Hamilton se miraba al espejo, pensativo. Sabía que estaba cometiendo el error más grande de su vida, pero no tenía más opción que hacerlo. La alianza matrimonial había sido pactada por su padre hacía más de un año, con la sola razón de fortalecer su posición dentro de la sociedad y ahora que los Wade, dueños de una empresa farmacéutica eran uno de los pocos que habían logrado no sucumbir ante la gran crisis global, la presión para que se casara con Sarah había sido muy grande. Con tan solo 24 años, tenía que asumir una responsabilidad para la cual no se sentía listo. No amaba a Sarah, nunca
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