Blake cerró la puerta de la habitación contigua con un golpe seco, el eco resonó en el silencio del opulento hotel. Sus manos temblaban de ira, una ira tan visceral que parecía quemarle desde dentro. Se quedó de pie un instante, respirando con dificultad, su pecho subía y bajaba con cada respiración entrecortada, mientras la escena de lo que acababa de hacer a Madelaine se repetía sin cesar en su mente. Con un rugido gutural, lanzó el jarrón de porcelana que estaba sobre la mesa contra la pared. El estruendo del objeto haciéndose añicos contra el mármol llenó la habitación, pero no alivió en lo más mínimo la tormenta que se arremolinaba en su interior. Siguió con las lámparas, los muebles, cualquier cosa que pudiera lanzar o romper. Necesitaba destrozar algo, cualquier cosa, como si al destruir todo a su alrededor pudiera destruir también la furia y el remordimiento que le quemaban el alma. Finalmente, cuando no quedaba nada más que destrozar, se dejó caer de rodillas, jadeando, c
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