En ese último tiempo, Blake había logrado sortear diferentes obstáculos y, como él lo veía, la suerte le seguía sonriendo. Al menos, eso era lo que quería creer. Tenía todo lo que jamás hubiera soñado: era exitoso en los negocios, estaba casado con la mujer a la que amaba hasta la locura y, lo mejor de todo, ella le daría un hijo. Su felicidad parecía plena, tan perfecta que apenas se atrevía a mirarla de frente, como si temiera que, al hacerlo, el encanto se rompiera. No podía pedir más, se decía a sí mismo, aunque una parte de él no terminaba de creerlo. Sin embargo, la oscuridad del pasado seguía cerniéndose sobre él. Era como una sombra agazapada en los rincones de su mente, esperando el momento perfecto para atacarlo. Pensar en ello lo hacía estremecer, algo que jamás habría admitido en voz alta. Nunca se había considerado un hombre temeroso, mucho menos cobarde, pero ahora todo era diferente. Tenía demasiado que perder. La amenaza de su tío, aunque silenciosa desde aquel fatíd
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