La despedida no fue fácil, ni para el conde ni para el joven matrimonio. Por razones que ninguno de los dos verbalizó, entre Blake y August se había formado una conexión sincera, casi inesperada. En el conde, Blake había encontrado una figura paternal que le había sido negada tanto por su verdadero padre como por su tío Carlo, quienes nunca se habían ganado su afecto, sino más bien su desconfianza. August, por su parte, veía en Blake algo más que al esposo de su sobrina nieta. Había notado su seriedad, su fortaleza, pero también esa lucha interna que lo hacía parecer tan humano. Aunque sus caminos eran distintos, el conde se sentía unido a él, como si quisiera compensar con su cariño las ausencias que Blake había sufrido. Cuando llegó el momento del adiós, el conde lo abrazó, rompiendo cualquier formalidad. Su gesto fue firme, pero lleno de calidez, como quien despide a un hijo. —Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites, muchacho —musitó, su voz entrecortada por
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