La despedida no fue fácil, ni para el conde ni para el joven matrimonio. Por razones que ninguno de los dos verbalizó, entre Blake y August se había formado una conexión sincera, casi inesperada. En el conde, Blake había encontrado una figura paternal que le había sido negada tanto por su verdadero padre como por su tío Carlo, quienes nunca se habían ganado su afecto, sino más bien su desconfianza. August, por su parte, veía en Blake algo más que al esposo de su sobrina nieta. Había notado su seriedad, su fortaleza, pero también esa lucha interna que lo hacía parecer tan humano. Aunque sus caminos eran distintos, el conde se sentía unido a él, como si quisiera compensar con su cariño las ausencias que Blake había sufrido. Cuando llegó el momento del adiós, el conde lo abrazó, rompiendo cualquier formalidad. Su gesto fue firme, pero lleno de calidez, como quien despide a un hijo. —Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites, muchacho —musitó, su voz entrecortada por
Como era costumbre en ella, Sarah Hamilton iba todos los domingos a la misa de primera hora en St. Thomas Church, ubicada en la quinta avenida, cerca del Central Park. Allí por lo general no solo se encontraba con sus padres y hermanos, sino también con varios conocidos que pertenecían a la aristocracia neoyorquina. Eran muy pocas las veces en las que David la acompañaba y ahora, como estaba ensimismado tratando de solucionar los problemas del periódico, apenas si le prestaba atención.Esa mañana, también asistieron los Aston. Edith, había ido a pedir por la salud de su hija, y por su futuro nieto. Cuando la misa terminó, los feligreses comenzaron a disiparse; mientras hablaba con su madre, Sarah pudo ver que su suegra estaba hablando con Edith muy animada. Sarah no pudo evitar notar lo animada que parecía la conversación entre su suegra y Edith. Aunque era habitual que las damas de la aristocracia intercambiaran comentarios y cumplidos en ese tipo de eventos, había algo en la forma
David intentó mantener la compostura, pero sus manos, apoyadas sobre el escritorio, se crisparon de forma casi imperceptible. Cerró los ojos durante un breve instante, como si buscara un refugio interno que lo ayudara a procesar la noticia. Cuando volvió a abrirlos, su mirada parecía desenfocada, perdida en algún punto del espacio entre él y Sarah. —Es... una noticia inesperada —logró decir, su voz tensa, con un leve quiebre al final. Llevó una mano a su cuello, aflojándose el nudo de la corbata, como si el aire en el despacho hubiera cambiado de densidad. La mención de Maddie, junto con la imagen de Blake colmándola de cuidados, lo atravesó como una puñalada. "¿Feliz con él? ¿De verdad está feliz con él?" pensó, pero el eco de sus pensamientos se transformó rápidamente en un muro de frustración. Eso, eso era imposible. Maddie jamás podría haberse enamorado de una bestia como Blake. Se preguntó cómo Townsend había logrado someterla y, peor aún, embarazarla. Ella nunca se entregaría
Nueva York, 15 de agosto de 1929 Blake Townsend y su amigo Patrick Stanton habían sido invitados a una de las tantas fiestas en donde la elite millonaria de la ciudad se reunía, esta vez el anfitrión era Richard Parker, un magnate naviero. Y aunque Townsend no era un hombre muy apreciado en la alta sociedad neoyorquina, por ser hijo ilegítimo y por haber acrecentado su fortuna de manera dudosa, era menester para cualquier empresario invitarlo, ya que siempre era bueno tener el apoyo financiero de un hombre como él. El lujoso salón de la mansión de los Parker brillaba con candelabros de cristal y paredes decoradas con obras de arte. Una orquesta tocaba suavemente en una esquina, añadiendo un toque de elegancia a la velada. Del otro lado del salón, una hermosa joven de dieciocho años se movía como pez en el agua dentro de ese ámbito, sonriendo y coqueteando con cuanto joven se le acercaba, despertando los celos y la envidia de las miradas femeninas. Portadora de una belleza sin
Blake estuvo el resto de la velada de malhumor viendo como Maddie, el objeto de su deseo permanecía allí con esa actitud de diva encantadora, bailando y coqueteando con cada hombre que se cruzaba en su camino. Su frustración creció cuando vio la gran sonrisa que ella lanzaba con la llegada de David Hamilton, el heredero perfecto y pulcro, cuyo linaje y reputación contrastaban de manera chocante con su propia esencia rebelde y despreciada por la alta sociedad.Apenas avanzó por el salón, Maddie no se preocupó por disimular su interés en él. _ ¡David! _ le dijo sonriéndole con su mirada centelleante _ creí que ya no vendrías, he estado reservando todos mis bailes para ti. Desde su rincón, Blake apretó los dientes. Cada palabra de Maddie, cada sonrisa dedicada a ese idiota, lo enojaba más.El guapo joven sonrió meneando la cabeza._ Maddie, te dije que vendría ... ¿Cómo podría perderme la oportunidad de bailar con la chica más hermosa de la ciudad? _ le dijo mirándola a los ojos _ te l
Nueva York, 20 de octubre de 1929 Blake estaba en la oficina del club clandestino que poseía, lugar en donde hombres de dudosa reputación y otros de doble moral asistían para saciar cualquier deseo que tuvieran ya fuera beber alcohol (que por esos años era ilegal), estar con mujeres dispuestas a cumplirles cualquier fantasía o jugar cualquier juego de azar. Él tenía el suficiente poder y dinero como para mantener su famoso antro muy bien protegido, la policía como las autoridades pertinentes estaban muy bien pagas como para mirar para otro lado. _ ¿Qué pasa Henry? _ le preguntó a su secretario que venía con cara de frustración _ ¿Alguien murió? El hombre se acercó y le dio una pequeña y fina caja rectangular de terciopelo rojo. _ La señorita Aston ha devuelto este regalo también señor _ dijo con temor el hombre _ le dijo al mensajero que, si sigue molestándola, llamará a la policía. Blake se llenó de furia tomando la caja y tirándola con fuerza contra la pared, golpeó un
Nueva York, 15 de diciembre de 1929 Madelaine Aston estaba devastada. Miró a su inflexible madre, la gran Edith Green de Aston, quien parecía no atender los reclamos desesperados de su hija. Su deber como madre y por ahora jefa de la familia, era defender a como diera lugar, la posición y buen nombre de esta, eso incluía no caer en la ruina total. Su semblante adusto e inflexible lo decía todo; esta vez no le iba a permitir a su hija salirse con la suya. _ ¡No voy a casarme con ese hombre! _ gritó la joven mientras lloraba a mares _ ¡es un ser repugnante me da asco, lo odio! _ No estoy aquí para preguntarte Maddie, solo vine a avisarte para que estes lista _ le dijo la mujer buscando varios vestidos de finísima seda para que su hija se probara _sabes tan bien como yo, que es la única manera de salvar a nuestra familia, ¿Quieres que tu padre termine como todos los demás? ¿Desearías leer en los diarios que se voló los sesos o se tiró de un edificio por no poder soportar la ruina
Nueva York, 31 de diciembre de 1929 Durante las sucesivas semanas, el chisme del compromiso de Blake y Maddie fue la sensación de la alta sociedad. Durante mucho tiempo se habían estado preguntando quien sería, la mujer que conquistaría el corazón de un soltero empedernido como él. A casi nadie le sorprendió que esa chica fuera Maddie ya que era considerada la joven más hermosa de la aristócrata sociedad neoyorquina y porque no, del país. La presentación como pareja oficial la hicieron en la celebración de año nuevo justamente en la mansión de los Aston, quienes, gracias al apoyo económico de su futuro yerno, no había sucumbido como les había sucedido a otros. Obviamente, la fiesta era mucho más sobria y menos ostentosa que la de años anteriores, pero no por eso menos elegante. Edith se había encargado de que todo estuviera perfectamente dispuesto para la presentación de la “glamorosa” pareja. Maddie se había refugiado en la biblioteca, no quería participar de aquel circo.