Como era costumbre en ella, Sarah Hamilton iba todos los domingos a la misa de primera hora en St. Thomas Church, ubicada en la quinta avenida, cerca del Central Park. Allí por lo general no solo se encontraba con sus padres y hermanos, sino también con varios conocidos que pertenecían a la aristocracia neoyorquina. Eran muy pocas las veces en las que David la acompañaba y ahora, como estaba ensimismado tratando de solucionar los problemas del periódico, apenas si le prestaba atención.Esa mañana, también asistieron los Aston. Edith, había ido a pedir por la salud de su hija, y por su futuro nieto. Cuando la misa terminó, los feligreses comenzaron a disiparse; mientras hablaba con su madre, Sarah pudo ver que su suegra estaba hablando con Edith muy animada. Sarah no pudo evitar notar lo animada que parecía la conversación entre su suegra y Edith. Aunque era habitual que las damas de la aristocracia intercambiaran comentarios y cumplidos en ese tipo de eventos, había algo en la forma
David intentó mantener la compostura, pero sus manos, apoyadas sobre el escritorio, se crisparon de forma casi imperceptible. Cerró los ojos durante un breve instante, como si buscara un refugio interno que lo ayudara a procesar la noticia. Cuando volvió a abrirlos, su mirada parecía desenfocada, perdida en algún punto del espacio entre él y Sarah. —Es... una noticia inesperada —logró decir, su voz tensa, con un leve quiebre al final. Llevó una mano a su cuello, aflojándose el nudo de la corbata, como si el aire en el despacho hubiera cambiado de densidad. La mención de Maddie, junto con la imagen de Blake colmándola de cuidados, lo atravesó como una puñalada. "¿Feliz con él? ¿De verdad está feliz con él?" pensó, pero el eco de sus pensamientos se transformó rápidamente en un muro de frustración. Eso, eso era imposible. Maddie jamás podría haberse enamorado de una bestia como Blake. Se preguntó cómo Townsend había logrado someterla y, peor aún, embarazarla. Ella nunca se entregaría
Era el segundo día de viaje en el trasatlántico que los llevaba de regreso al hogar. Desde que habían ingresado al barco, Maddie no le había insistido a Blake para que hablara, pero sus ojos cada vez que lo miraban, le decían todo. Esa mañana, mientras Maddie desayunaba en la cama, él se sentó de espaldas en el otro extremo de la cama, luego se inclinó dejando a la vista su ancha espalda, entrelazó sus manos sobre sus piernas, tratando de buscar las palabras para confesar lo que tanto le torturaban. — ¿Sabes? —comenzó a decir por lo bajo— sabes, no es fácil hablar de mí. Nunca lo he hecho. En parte, porque mi pasado es muy doloroso y en parte —suspiró de manera profunda—, en parte porque no es nada agradable hacerlo. Maddie perpleja, dejó la taza en la bandeja, mirándolo sin saber que decir. Nunca esperó que Blake decidiera confesarle sus secretos en ese momento. Sabía que no podía forzarlo, porque cada vez que lo hacía, su esposo reaccionaba como un animal herido, se ponía a la
Maddie se despertó sobresaltada a mitad de la noche. Estaba sudorosa y agitada. Su palpitante pecho, le estaba avisando que había tenido una pesadilla. O quizás solo era que su mente, estaba recién procesando toda la información que Blake le había confesado. El atronador silencio era roto solo por el tic tac del reloj y las olas que chocaban suavemente contra el barco. Giró su cabeza y encontró a Blake, quien dormía profundamente. Levantó su mano y le quitó el mechón de su oscuro cabello que le cubría la frente. Él parecía mostrar una paz en su rostro que nunca había tenido. — Blake... quisiera odiarte, alejarme de ti, decirte que eres un monstruo, pero no puedo, simplemente, no puedo —balbuceó entre lágrimas—. Te amo tanto que no puedo hacerlo. No me importa lo que digan de ti, ni lo que hayas hecho. Sólo sé que siempre quiero estar contigo.Maddie dejó caer su mano al pecho de Blake, sintiendo el latido fuerte y constante bajo sus dedos. A pesar de su confesión, de todo lo que hab
El corazón de la joven latía con fuerza, dividido entre la ira por las verdades que Blake había revelado y la profunda conexión que aún sentía por él.—¡No puedes esperar que simplemente acepte esto! —exclamó, su voz temblando—. Todo lo que me has contado... es desgarrador. ¿Cómo puedes seguir ahí, en ese mundo, como si nada? Dime Blake, ¿Qué pasará si tú quieres dejar toda esa basura y comenzar de nuevo junto a mí y a tu hijo? Blake la miró fijamente, su expresión sombría y decidida.—No lo sé, Maddie. No lo sé por qué he estado atrapado en esto durante mucho tiempo. Nunca me lo cuestioné hasta que empecé a vivir junto a ti. Antes, aunque no estaba de acuerdo con muchas cosas, simplemente las hacía porque así me han educado, tanto mi padre como mi tío. Pero cada día que paso junto a ti me aleja más de quien yo debería ser. El día en que te vi, te quise para mí e hice todo por tenerte. Nunca pensé en las consecuencias de mi decisión, estaba tan enceguecido, tan obsesionado por ti...
La respiración de Maddie se volvió más pesada ante el profundo silencio y la cavilación de Blake, había una batalla interna entre la lealtad hacia un hombre que había sido figura paternal y el peso de una vida que él mismo admitía odiar. Su corazón se apretaba, comprendiendo que, por mucho que amara a Blake, siempre habría un abismo entre ellos. Ese abismo se llamaba Carlo Vitale.— Blake, entiendo que le debas mucho a tu tío, pero el precio que pagas por esa lealtad es demasiado alto —dijo con firmeza, sus ojos brillando con lágrimas contenidas—. No se trata solo de ti. Ahora somos nosotros. Nuestro hijo. ¡Nuestro, Blake! ¿Lo entiendes? No puedo permitir que esa sombra nos amenace, simplemente, no permitiré que toda esta basura arrastre a nuestra familia. Él asintió lentamente, como si cada palabra de Maddie fuera una sentencia que él sabía que debía aceptar, aunque le doliera.— Lo sé. Pero... ¿cómo se corta con el hombre que te salvó cuando nadie más lo hizo? —preguntó en voz baja
Nueva York, 25 de mayo de 1930 —¡Con permiso! —gritaba Grace, mientras se hacía espacio entre la multitud que esperaba a los pasajeros que bajaban del Aquitania—. Por favor, ¡déjenme pasar!, ¡con permiso! Mientras empujaba a la gente, pudo divisar a su amiga Maddie quien bajaba del trasatlántico con suma elegancia tomando el brazo de su esposo. —¡Maddie! —gritó, con desparpajo, elevando sus brazos y moviéndolos hacia ambos lados— Maddie, ¡soy yo, Grace! La otra joven giró su cabeza y sonrió al ver a la hermosa pelirroja que la saludaba de manera entusiasta. Blake, frunció el ceño al ver quien era. — Oh, Dios... pero ¿Qué hace esa mujer aquí? —musitó con disgusto—. ¿Acaso tú le dijiste? ... Blake no pudo terminar la oración, pues su joven esposa se soltó de su brazo y fue corriendo hacia su amiga, quien también corría hacia ella con los brazos abiertos, dejando al hombre totalmente desconcertado. — ¡Amiga! ¡Por fin has regresado! —le dijo, Grace dándole un gran abrazo a Maddie,
Desde que Blake había desaparecido de la vida pública, el club había caído en una rutina monótona. Los días se sucedían entre el murmullo de conversaciones apagadas y la tensión en el aire. Por eso, cuando las imponentes puertas de caoba se abrieron para revelar la figura inconfundible de Blake, un silencio sepulcral se adueñó del lugar.Con su habitual traje negro perfectamente ajustado, sus ojos oscuros recorrieron la sala con una mirada glacial que parecía atravesar a cada persona presente. Su porte, una mezcla de elegancia y amenaza, era suficiente para hacer que hasta los hombres más curtidos del lugar bajaran la vista. Las sombras bajo la luz tenue del club acentuaban las líneas duras de su rostro, dando la impresión de que el tiempo lejos no lo había suavizado, sino todo lo contrario.Sin embargo, Ava no apartó los ojos de él. Mientras los demás evitaban su mirada, ella lo observaba con una mezcla de admiración y anhelo. Desde la última vez que lo había visto allí, había contad