Emir.Abrí los ojos con dificultad, sintiendo un ardor profundo que me recorría. No entendía dónde estaba ni qué me había pasado. Miré a mi alrededor, y ese sonido constante y frustrante me estaba volviendo loco. Intenté levantar las manos, pero mi boca estaba seca, y algo en mi garganta me sofocaba; quería sacarlo desesperadamente.En ese momento, sentí la mano de alguien y, de repente, un hombre apareció a mi lado.—¿Puedes escucharme? Si puedes escucharme, por favor, levanta la mano —me pidió con urgencia.Lentamente, levanté la mano. Mis ojos estaban a punto de cerrarse, pero logré ver a mi madre de pie junto a la cama.—Mamá —susurré con esfuerzo.—¡Mi hijo! Por fin te despertaste. Doctor, mírelo, por favor —escuché a mi madre decir, llena de alivio.—Sí, señora, tranquila —respondió el doctor, pero yo no podía hablar. Sentía como si mi voz y todos mis sentidos me pesaran, y poco a poco, volví a perderme en la oscuridad.No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando abrí los ojos de nuev
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