Después de un breve paso por el baño, me encuentro cargando a Milena en mis brazos. Su cuerpo, ligero pero tenso, descansa contra mi pecho mientras la llevo hacia el ascensor. Ella, mareada y visiblemente agotada, se aferra a mí con fuerza, como si fuera el único punto de apoyo en el que puede confiar.—Se siente tan rico tenerte solo para mí —balbucea, sus ojos cerrados, sus palabras apenas audibles.—Necesitas descansar —le digo, mi voz suave pero firme, intentando calmarla.—Quédate conmigo, Esteban —murmura con deseo—. Quiero que me hagas el amor como nunca antes lo has hecho. Una noche inolvidable.Roger, que ha estado observando la escena con una sonrisa irónica, se ríe suavemente y comenta:—Con las copas que trae encima, ni siquiera recordará cómo es que llegó a su habitación.—Silencia esa boca, estúpido —le responde Milena, su tono cansado pero aún lleno de frustración—. No sé qué haces aquí en primer lugar. Tú no perteneces a este lugar.Finalmente, después de unos minutos
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