El avión privado de Maximus Albani descendió suavemente hacia la pista privada, un murmullo metálico que apenas perturbaba la tranquilidad del atardecer italiano. La aeronave se posó sobre la pista como un ave que se posa en su nido, elegante y precisa. El sol del crepúsculo bañaba la escena en una luz dorada que reflejaba las formas pulidas y metálicas del jet, que parecía fusionarse con el cielo despejado de Roma, fusionándose con la llegada de uno de los hombres más peligrosos del mundo de la Mafia.Maximus estaba de pie junto a la puerta, con su porte inconfundible, un hombre que parecía haberse hecho a medida de la perfección misma. Su traje oscuro, impecablemente cortado, se ajustaba a su figura con una precisión casi quirúrgica. Cada movimiento que hacía, cada gesto, estaba impregnado de una sofisticación inherente, como si fuera el mismo aire que lo rodeaba el que se adaptaba a su presencia. Sus ojos, de un azul profundo, observaban el horizonte con una calma calculada, mientr
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