—¿Cómo te atreves? — Donatella comienza, la ira destellando en sus ojos, pero su voz es cortada bruscamente por Leonardo.—Si por un solo jodido segundo cree que le permitiré hablarme de esa forma, entonces está muy equivocada, señora—, le espeta, su voz profunda pero serena. —No es quien para pretender decidir por mi o por Thalia. Ambos somos adultos, capaces de tomar nuestras propias decisiones. Entiendo que no encajo en su concepto de —pareja perfecta—, pero eso no importa. Yo amo a Thalia, y lo único que quiero es verla feliz.Donatella lo mira, incrédula y ofendida. Su rostro refleja cada uno de los años que ha pasado construyendo y defendiendo su imperio familiar, uno en el que el dinero, el poder y el estatus lo son todo, pues con ellos ha blindado a sus hijos. Para ella, alguien como Leonardo es una amenaza, no solo por lo que representa sino por el caos que podría desatar en la vida cuidadosamente orquestada de su hija. Ella entrecierra los ojos, como si evaluara cada palabra
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