—¿Cómo te atreves? — Donatella comienza, la ira destellando en sus ojos, pero su voz es cortada bruscamente por Leonardo.—Si por un solo jodido segundo cree que le permitiré hablarme de esa forma, entonces está muy equivocada, señora—, le espeta, su voz profunda pero serena. —No es quien para pretender decidir por mi o por Thalia. Ambos somos adultos, capaces de tomar nuestras propias decisiones. Entiendo que no encajo en su concepto de —pareja perfecta—, pero eso no importa. Yo amo a Thalia, y lo único que quiero es verla feliz.Donatella lo mira, incrédula y ofendida. Su rostro refleja cada uno de los años que ha pasado construyendo y defendiendo su imperio familiar, uno en el que el dinero, el poder y el estatus lo son todo, pues con ellos ha blindado a sus hijos. Para ella, alguien como Leonardo es una amenaza, no solo por lo que representa sino por el caos que podría desatar en la vida cuidadosamente orquestada de su hija. Ella entrecierra los ojos, como si evaluara cada palabra
El silencio en que se encuentra sumido el comedor es profundamente incómodo. Las luces suaves del candelabro no hacen sino acentuar aún más la tensión en el aire. Thalia está sentada frente a su plato, pero no ha comido nada. Sus dedos juegan con los cubiertos, empujando pedazos de comida de un lado al otro de su plato, sin una intención real de llevarse un solo bocado de alimento a la boca. Alessandro, sentado a su derecha, la observa de reojo. No necesita preguntar qué es lo que ocurre para darse cuenta de que todo está mal.El eco de las ruedas de la maleta de Leonardo mientras salía de la casa horas atrás aún resuena en su mente de. Había visto la expresión devastada el rostro del hombre mientras se marchaba. Y ahora, en, esa sensación opresiva lo envuelve todo aún más. Definitivamente la llegada de Donatella no había sino hecho lo que a ella mejor se le da: poner todo de cabeza.Sentada al otro extremo de la mesa, Donatella mantiene su postura erguida, impecable. La rigidez de su
Leonardo camina de un lado a otro en su departamento como si fuera una fiera enjaulada, incapaz de calmar las emociones que lo inundan. La ira, la frustración y el dolor se arremolinan en su interior, mezclándose con pensamientos que no paran de darle vueltas en la cabeza. Cada paso que da por la habitación es una explosión silenciosa, un intento desesperado de liberar la tensión que lo consume. Todo lo que ha sucedido en las últimas horas le parece absurdo, tan absurdo que no puede sino preguntarse cómo llegó hasta este punto.Él mejor que nadie tenía claro que la relación con Thalia sería todo un desafío, eso lo sabía desde el principio. No era un hombre ingenuo. Sabía que estar con ella implicaba enfrentarse a muchas cosas, incluida la sombra imponente de sus clases sociales, su madre, y todo lo que ello representaba. Desde que sintió atraído por ella sabiendo de quien se trataba, aceptó que estar con ella no sería sencillo, pero pensó que juntos, los dos, podrían sacar la relación
Thalia se encuentra sentada en el diván, sumida en un silencio profundo y opresivo. No tiene ningún interés en hablar con el doctor, realmente ni siquiera le importa el estar ahí. En lo único en lo que puede pensar es en lo mismo de esos últimos, en esa sensación de sentirse atrapada, como si su propia vida se le escapara entre los dedos, y lo único que le queda es ese sofocante vacío en su pecho.Después de unos quince minutos de profundo silencio, el doctor habla una vez más, rompiendo con el.—¿Cómo te has sentido Thalia? ¿Te sientes con mejor ánimo que hace dos días?Pero ella no responde. Sigue mirando al vacío, sin parpadear, con la vista fija en un punto en la pared. Su mente está lejos de la consulta, vagando por los eventos de las últimas dos semanas. Todo ha sido un desastre, una completa y absoluta mierda. Cada día parece peor que el anterior, y la presencia de Donatella, ha sido un constante recordatorio del poco control que tiene sobre su propia vida.Desde esa confrontac
Parada frente a la puerta del departamento de Leonardo, Thalia deja que sus dedos rosen la superficie fría del pomo, pero no se atreve a girarlo ni a llamar. El silencio a su alrededor parece amplificar la ansiedad que lleva dentro. Han pasado veinte días desde la última vez que vio a Leonardo, veinte días de ausencia y silencio. El peso de esos días la aplastan, cargado de auto preguntas sin respuesta, de mensajes sin contestar y de llamadas que solo le devolvían un contestador vacío.Respira profundamente, intentando armarse de valor. Sabe que no puede seguir huyendo de esto, que necesita enfrentarlo, pero sus emociones están tan enredadas que no puede pensar con claridad. ¿Qué le dirá cuando lo vea? ¿Cómo va a justificar su ausencia, su incapacidad de decidir entre él y su familia? Su madre siempre tiene una forma de arrastrarla de vuelta, de hacerla sentir pequeña y sin control. Pero frente a esa puerta, frente a la posibilidad de hablar con Leonardo, todo ese control que Donatell
Thalia estaciona el auto frente a la casa de su abuelo y fija su mirada en la entrada de los viñedos. Apagando el motor del auto, aferra sus manos con fuerza al volante, en su pensamiento si lo hace así, podrá controlar el temblor que quiere apoderarse de su cuerpo. Su pecho sigue subiendo y bajando de forma pesada, y aunque las lágrimas que rodaron por su rostro ya se han secado, las mismas dejaron un rastro visible en su piel. Apoyando su cabeza contra el volante, cierra los ojos por un instante, recuperando la compostura antes de ir con su abuelo.Aunque sabe que con Enzo no hay máscara que sostener, prefiere que este la vea llegar tranquila.Al bajar del auto, el aire fresco y limpio de los viñedos la envuelve. Con paso calmado, empieza a caminar entre las hileras, dejando que el sonido crujiente de sus zapatos sobre el suelo terroso sea lo único que rompa el silencio. Las hojas de las vides rozan sus brazos mientras avanza, pero ella apenas lo nota. Su mente prefiere perderse una
◊ UNA SEMANA DESPUÉS ◊ ◊ TENERIFE – ISLAS CANARIAS. ◊ Enzo estaciona el auto frente a un pequeño bar de aspecto tradicional, con luces de neón parpadeantes y un letrero que muestra en grande el nombre del bar. El lugar tiene un aire rústico, pero no por ello está descuidado, por e contrario, el bar se muestra lleno de vida aún cuando apenas pasan de las 3:00 PM. Tras revisar la dirección escrita en un pequeño papel arrugado que lleva en el bolsillo de la chaqueta, Enzo asiente ligeramente con la cabeza, satisfecho de haber llegado al lugar correcto. Apagando el motor mira por el retrovisor, viendo el reflejo de Thalia en el asiento trasero, puede ver como esta exhala con cierta ansiedad, mientras sus ojos recorriendo la fachada del bar. Por otro lado, Alessandro se encuentra sentado a su lado en el asiento del copiloto, y aunque su mirada tsmbien está fija en el lugar, esta se muestra más tranquila. —Bueno, ya estamos aquí — comenta para luego llevar su mano a la puerta y abrirla.
Después de dos largas horas de espera, sentados en la barra del bar, Thalia siente que el tiempo se ha detenido, pero su mente no deja de moverse. Cada minuto que pasa lo siente como una eternidad, y aunque el lugar está lleno de personas, conversaciones y una agradable música de fondo, todo parece desvanecerse en un eco lejano que no puede alcanzar su atención. Sus ojos vuelven una y otra vez a recorrer el camino hacia la entrada del bar, esperando ver la figura que ha estado alimentando su mente durante semanas.Alessandro y Enzo, sentados a su lado, beben con tranquilidad de su cerveza mientras prestan atención a cada uno de los gestos que hace. Alessandro, aunque tranquilo, por momentos se muestra con su mandíbula ligeramente presionada. Enzo, por su parte, se limita a observar con la paciencia de quien ha vivido muchos años y sabe cómo esperar.El sonido de los autos en la avenida va y viene, mezclándose con el ambiente volviéndose monótono. Es media hora después cuando el rugido