Después de un buen rato, Diego finalmente logró calmar a Marina, quien por cierto ya estaba completamente ebria, y la llevó de regreso a su habitación.—Dame agua… —dijo ella, desplomada sobre la cama, con una voz entrecortada y algo débil.Diego salió y regresó con un vaso de agua. Sin embargo, al entrar de nuevo, se encontró con una escena inesperada: Marina se había quitado toda la ropa y solo estab en interiores.Se acercó a la cama, se inclinó hacia ella y, con cuidado, la levantó ligeramente para darle de beber.—Abre la boca y toma —le indicó con voz tranquila.—Glu glu… —musitó Marina, dando unos pequeños sorbos antes de detenerse. Luego, sin soltarlo, apoyó sus manos en los hombros de Diego, buscando un poco de equilibrio.Él, sin perder la compostura, colocó el vaso en la mesa, y se quedó sosteniéndola. La habitación estaba bien iluminada, y Marina, con la vista ligeramente nublada, observó el rostro de Diego. Si uno se fijaba con atención, aún era evidente que sus ojos no te
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