Solara, le hacía mucho honor a su nombre y allí el clima era típicamente tropical, con la humedad y el calor propios de montaña lluviosa. Aquella noche, las temperaturas rozaban los 36 grados. Nicolás, quien antes lucía una piel clara, ya había experimentado un cambio notorio: tras varios días bajo el implacable sol, su piel había adquirido un tono mucho más bronceado.Refugiado en una casa al final de un callejón descuidado de Solara, Nicolás percibía cómo la situación estaba al borde de lo tolerable. Desde adentro, oía el bullicio constante de los locales conversando. A esas horas, el ruido era insoportable. Encendió un cigarro y fijó la mirada en la penumbra de la noche. Sus piernas descansaban sobre una mesa baja y desgastada. Con el calor abrasador, había optado por ir a pecho descubierto, dejando al aire un collar de dientes de marfil que colgaba de su cuello, como una manera de mimetizarse, al menos en apariencia, con las costumbres de la región.Aun en la quietud de la noch
Yadira miró a Camilo con una sonrisa amarga y explicó.—Solo quería abrazar a mi hija. ¿Por qué la niñera me lo impide? ¿Acaso no tengo derecho a abrazar a mi propia hija?—Dame de inmediato a Daniela —respondió Camilo con determinación, extendiendo las manos.Yadira la estrechó con más fuerza, giró ligeramente el cuerpo y, con los ojos llenos de lágrimas, le dijo con voz temblorosa.—Camilo, ¿podemos hablar? Por favor, ayúdame, al menos por el bien de la niña.Camilo la contempló, evaluándola sin atisbo de compasión.—No te interesa tanto abrazarla; lo que realmente buscas es verme y obtener mi ayuda.—No es así... —Yadira quedó muda, desconcertada por sus palabras.—Da igual —la interrumpió Camilo con impaciencia—. Tus excusas no me importan nada. Dame a la niña ya .Yadira, al darse cuenta de que Camilo no cedería, bajó la mirada hacia su hija en sus brazos. Con expresión de resignación, entregó a Daniela, y sin añadir nada más, se encaminó hacia su auto.—Llévame a la casa —ordenó
A las siete de la noche, Diego regresó con un pequeño acuario en las manos. Dentro, dos pececitos dorados nadaban con calma. Marina ya había preparado la cena, se había dado un baño y lavado el cabello, pero aún lo tenía húmedo cuando escuchó los pasos de Diego acercándose.—Marina, ya volví.Ella se colocó la toalla sobre el cabello, se calzó unas sandalias y salió del baño. Vestía un camisón negro de tirantes que dejaba su piel, inmaculadamente blanca al descubierto. Diego sostenía el acuario con ambas manos y lo movía de un lado a otro, buscando el lugar perfecto para colocarlo.—¿Qué te parece si lo pongo junto al televisor?—¿Y por qué de repente te dio ahora por comprar peces? —Marina lo miró, intrigada, y luego observó a los pececillos nadando en el acuario—. Mejor ponlo sobre la mesa de centro.—Pasaba por la tienda y me pareció buena idea. Es para ti —respondió Diego mientras le pasaba el acuario. Se había propuesto sorprenderla cada día con algún detalle al regresar del traba
Después de un buen rato, Diego finalmente logró calmar a Marina, quien por cierto ya estaba completamente ebria, y la llevó de regreso a su habitación.—Dame agua… —dijo ella, desplomada sobre la cama, con una voz entrecortada y algo débil.Diego salió y regresó con un vaso de agua. Sin embargo, al entrar de nuevo, se encontró con una escena inesperada: Marina se había quitado toda la ropa y solo estab en interiores.Se acercó a la cama, se inclinó hacia ella y, con cuidado, la levantó ligeramente para darle de beber.—Abre la boca y toma —le indicó con voz tranquila.—Glu glu… —musitó Marina, dando unos pequeños sorbos antes de detenerse. Luego, sin soltarlo, apoyó sus manos en los hombros de Diego, buscando un poco de equilibrio.Él, sin perder la compostura, colocó el vaso en la mesa, y se quedó sosteniéndola. La habitación estaba bien iluminada, y Marina, con la vista ligeramente nublada, observó el rostro de Diego. Si uno se fijaba con atención, aún era evidente que sus ojos no te
Ese mismo año, Diego también tenía quince años.—Es mi hermana, María —dijo con aire despreocupado, colocando las manos detrás de la cabeza.—¿Así que esta es la famosa genio de tu familia? Hola, soy Nicolás —comentó él, observando a María con genuina curiosidad.La familia Herrera siempre había sido extremadamente protectora con María, manteniéndola alejada de eventos sociales y fuera del ojo público. Nicolás, sin embargo, había oído rumores sobre su delicada salud, ya que solía enfermarse con frecuencia. Con una expresión serena y un tanto distante, María miró a Nicolás y, sin inmutarse demasiado, respondió:—Mucho gusto, soy María.Nicolás, algo cohibido, se rascó la cabeza y esbozó una sonrisa nerviosa. La inesperada presencia de María llevó a los chicos a cambiar sus planes; en vez de seguir con lo que habían planeado, decidieron ir a jugar al baloncesto. Mientras tanto, María se sentó en una esquina, sacó un libro de su mochila y comenzó a leer en silencio.Cada vez que Nicolás l
En Estelaria.—Última hora: el futuro heredero del Grupo Herrera ha sido atacado a balazos en Solara. Su paradero y su estado de salud permanecen inciertos. —El Grupo Herrera ha desplegado un equipo de búsqueda hacia Solara. —Se sabe que el heredero y su pareja ya tienen gemelos.Frente al hospital, varios periodistas, micrófono en mano, seguían informando sobre la situación mientras aguardaban su oportunidad para entrevistar a la pareja de Diego. Fuera del edificio, otros medios de comunicación también se encontraban presentes.Leticia, escoltada por sus guardaespaldas, salió del hospital empujando un autito. Al instante, los reporteros se lanzaron sobre ella, extendiendo los micrófonos.—Señorita Leticia, ¿tiene usted alguna novedad sobre el estado de Diego? —Perdón, permítanme pasar. —Señorita Leticia, ¿es ese el anillo de compromiso que lleva puesto?Al escuchar esa última pregunta, Leticia se detuvo. Sus ojos, visiblemente enrojecidos por el llanto, se ocultaban tras unas gafas
—Debo ir a Solara de inmediato.Marina cerró los ojos, esperando que el mareo pasara. Sus labios estaban pálidos, y cada respiración parecía costarle más. Aunque sabía que su cuerpo no estaba en condiciones para un viaje así, intentaba conservar la calma y mostrarse serena.Camilo observó cómo ella volvía a acomodarse en la cama, frunciendo los labios con aire pensativo.—Ir a Solara no cambiará nada. Los Herrera ya han enviado a varios equipos de rescate a buscar a Diego, pero no han tenido éxito. Además, ahora Solara esta sumida en un caos absoluto —dijo en tono sombrío.Era un sitio conflictivo, como siempre.Marina no respondió. En lugar de ello, tomó de nuevo el celular de Camilo y rápidamente marcó el número de Yolanda.—¿Bueno? —Por fin alguien contestó.—Yolanda, soy yo —dijo Marina.Yolanda, sorprendida al escuchar la voz de Marina, no pudo evitar una sonrisa. Sin embargo, al notar la mirada de Leticia, trató de disimular y se dirigió discretamente al piso superior.—Dame un m
Después de terminar la llamada con Yolanda, Marina se sumergió bajo las sábanas y dejó que las lágrimas corrieran libres. Sabía que solo podía permitirse unos instantes de vulnerabilidad, como si el destino, burlón y cruel, estuviera poniéndola de nuevo a prueba.Cuando la doctora tocó a la puerta y entró en la habitación, Marina ya había recobrado la compostura. Camilo la acompañó, y al observar los ojos enrojecidos de Marina, dudó por un instante. Recordó cómo, cuando había ido a rescatarla de aquel lugar, no la había visto llorar de alivio; ahora, sin embargo, lloraba por Diego.Marina, al notar su presencia, le devolvió el celular a Camilo, quien, de repente, le sujetó la muñeca con firmeza. La zona donde le habían retirado la aguja estaba visiblemente enrojecida e hinchada.—Doctora, ¿qué le sucedio en la mano?Marina frunció el ceño y, casi por reflejo, retiró su muñeca mientras Camilo la observaba en silencio. La doctora le examinó la mano con detenimiento.—Parece que present