La pregunta de Marina resultó tan desconcertante que Diego sintió cómo en ese momento su mente se nublaba.—Creo que estás loca —dijo Diego, esbozando una leve sonrisa.—¿Por qué me insultas así? —Marina, atónita, lo miró fijamente.Diego no quería continuar en esa conversación tan tonta.—Vamos, no digas tonterías. Nuestra vida privada es bastante limpia, y parece que te falta un poco de conocimiento médico.—¿Te gustaría cenar esta noche?—No, estoy loca. Necesito tratamiento.Marina levantó las cejas, se puso de pie y, sonriendo, se despidió.—Gracias, Doctor Diego, me voy.Diego soltó una risa y, de repente, con dulzura la cargó en brazos.Marina soltó un pequeño grito, aferrándose a su camisa.—Soy yo quien está loco, no te enojes —dijo él, con un tono bastante serio.Marina sonrió, sus ojos brillaban de felicidad.De pronto comprendió por qué algunas jóvenes se volvían caprichosas al tener novio. Era parte de la diversión de estar juntos, un toque algo dulce entre ellos.—Está bi
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