Jonás tocó la puerta. Desde el otro lado, una voz gutural se escuchó, provocando en Cleo un deseo de huir.—Pasen.Jonás abrió la puerta, permitiendo la entrada de Ramón y Cleo, y luego se retiró para comprar los medicamentos.Gedeón, al verlos entrar, fijó su mirada en cada uno de ellos. Sus ojos no reflejaban emoción alguna; eran fríos y distantes, como el hielo. Sentado en su silla de cuero, preguntó con tono inquebrantable.—Cuéntenme, ¿qué pasó con Aradne? ¿Por qué estaba en ese estado?Cleo estaba aterrada; sentía que le faltaba la respiración. Al ver la mirada penetrante del alfa sobre ella, se obligó a hablar.—Señor, yo no sé qué le pasó a la señora Aradne. Hace cinco días llevé la comida a la habitación y me sorprendió verla en el baño, desnuda frente al espejo, con una mancha roja en su espalda, empapada de agua y con la mirada perdida. Le pregunté qué le pasaba y solo me respondió que la dejara sola. Le llevé una pomada para el moretón que observé en su espalda, pero sigue
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