Cuando Salem despertó, lo primero en lo que pensó fue en Analía. Pensó en ella, en el dolor que le había causado el contrato de vida o muerte y, luego, cuando recordó los labios de la mujer desconocida sobre los suyos, abrió los ojos de golpe.La nada lo envolvió nuevamente, y a pesar de haber pasado toda su vida en las tinieblas, le parecía que nunca iba a acostumbrarse a aquellas mañanas. Estaba en su cama, sentía el olor a su propio sudor en las sábanas. Extendió la mano para buscar a Analía a su lado, pero no la encontró. Sólo encontró la vasta funda solitaria y fría.Suspiró el aire fatigado, y entonces percibió nuevamente el aroma de aquella mujer, de la que lo había gobernado la noche anterior. La mujer estaba cerca de la ventana, posiblemente sentada en la silla frente al espejo.Salem se sentó en la cama, alerta. El olor de la mujer no le resultó atrayente como la primera vez que lo había olido en medio de la manifestación; en ese momento se sintió extraño, como hipnotizado.
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