Analía sintió como si hubiera dormido una eternidad, pero cuando despertó, se encontró atada a unas cadenas sobre un suelo de madera. Estaba tan cansada, dolorida y agotada que por un instante pensó en volver a cerrar los ojos y dejarse arrastrar por el sueño para siempre. Solo le bastó un segundo de consciencia para darse cuenta de lo más probable: habían perdido la guerra, y la idea de vivir en el resultado de esa derrota le resultaba insoportablemente dolorosa. Se aferraba a la esperanza de que Salem aún estuviera vivo, simplemente porque si él moría, también lo haría Stephan. Sin embargo, no podía asegurar lo mismo para los demás: Johana, Alexander, Bastian, Barry… probablemente todos estuvieran muertos a esas alturas, y ella no tardaría en unirse a ellos.Se quedó inmóvil, con miedo de mover cualquier parte de su cuerpo, hasta que una voz familiar y tranquila la sacó de sus pensamientos.—Analía, despierta. Despierta, mi amor.Analía abrió los ojos y encontró los brillantes ojos
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