Su reflejo frente al espejo mostraba a una mujer hermosa, con un vestido de novia elegante, el cual abrazaba su figura con una delicadeza envidiable. En cada pliegue, en cada encaje, podía verse lo incierto de su futuro. Sus ojos se encontraron con los de su reflejo, y en ese instante, no vio a una novia feliz, vio a la mujer calculadora en la que se había convertido gracias a su padre. —Ahora soy esto, papá —habló en voz alta, aunque se encontraba completamente sola.Era la hija mayor de Rubén Buendía, sin embargo, no tenía la autorización de convertirse en nada más que en una moneda de cambio. Tampoco era como si su padre la hubiese obligado a llevar a cabo este matrimonio, la verdad era que su única finalidad siempre había sido la de complacerlo, la de hacer que la notara. Pero Rubén no la notaba, Rubén siempre miraba a su hijo menor, a su varón soñado. Quizás era por esa falta de amor paternal que se inclinaba por los hombres mayores. Había tenido más de una aventura con hombre
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