Todos los capítulos de De esposa despreciada a CEO empoderada: Capítulo 31 - Capítulo 40
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Medidas desesperadas
Adeline se había prometido a sí misma que haría dieta y ejercicio, sin embargo, se encontraba en frente de la nevera, contemplando un pote grande de helados, una bolsa de papas fritas y toda la comida chatarra disponible. Agarró sus golosinas y se dirigió a su habitación, era de madrugada, una noche de insomnio, al parecer. Odiaba no poder dormir, no poder dejar de llorar ni sentirte tan destruida. Quería ser fuerte, pero en ese justo instante no encontraba la forma de serlo. A pesar de que intentaba enfocarse en sus hijos, en sus sonrisas y en su vitalidad, toda esa fuerza era momentánea. Una vez que sus pequeños desaparecían de su campo de visión, volvía a caer en la depresión. La depresión era asfixiante y sofocaba su vida, como si la apretara con manos grandes. Su hermano había estado sospechando un poco de ello, porque siempre la llamaba, pero Adeline colocaba su mejor máscara de “todo está bien” y desviaba la atención de ella. Gustavo también tenía sus propias luchas y eran p
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Salida intranquila
A Adeline no le gustaba ingerir alcohol, pero aun así, estaba sentada en la barra de un bar con un martini en su mano. A su lado, Mauricio no dejaba de mirarla, detallando hasta el más mínimo aleteo de sus pestañas. Él era muy observador y eso era algo que la ponía demasiado nerviosa. —Háblame de tu hijo—le saco conversación para que su atención se desviara. —Es un niño encantador —comenzó con un ligero toque de orgullo—. Lamentablemente, no vivimos juntos, pero todos los fines de semana hacemos cosas los dos. Hoy fuimos al campo de fútbol y presencié uno de sus partidos. —Oh, Mauricio, eres un padre presente en la vida de tu hijo—suspiró pensando en Humberto y en lo poco que veía a los niños últimamente. Sus hijos no dejaban de preguntar por su padre y esa era otra de las cosas que no dejaba de romperle el corazón con cada día que pasaba. —Trato de serlo —habló con humildad—. La relación con mi exesposa no es fácil de sobrellevar. No nos divorciamos en buenos términos. —¿Qu
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Revelaciones
—¿Destruirme? ¿Crees que puedes hacer eso? —se burló Humberto. —Puedo —la frialdad en su voz la impresionó. —No juegues con fuego, Adeline. Puedo cumplir mi amenaza. —Y yo puedo cumplir la mía, Humberto. —Tú no vas a cumplir nada—la tomo fuertemente del brazo, enterrándole los dedos—. Podría hacerte tragar tus palabras con facilidad. No olvides a quién sigues perteneciendo. —¿De qué hablas? ¡Yo no te pertenezco! —Lo haces. Sigues perteneciéndome, pero simplemente te deseché y no me interesa recuperarte. —¿Y qué crees que soy, imbécil?—se soltó bruscamente de su agarre—. ¿Crees que soy algo desechable? ¿Cómo la basura, tal vez? —Justo así, Adeline. Justo así—le dio dos palmaditas en el hombro, para quitarle un polvo imaginario. —Eres un maldito—sus dientes crujieron—. No olvides quién tiene el dinero y el poder. —Y hablando de dinero y poder—agitó el teléfono, dónde tenía guardadas las fotos—. Si no quieres que esto se sepa, podríamos negociar mi silencio. —Con que t
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Oscuridad
Su estado de ánimo no mejoró después del incidente con Humberto. Sin embargo, tomó medidas drásticas al respecto, así que esa misma mañana llamó a su hermano y lo puso al tanto del chantaje de su exmarido. —¿Ese malnacido se atrevió a eso? —la voz de Gustavo estaba cargada de rabia. —Quiere dinero. No sabe qué hacer ahora que se le cerraron todas las puertas para posibles trabajos —explicó el motivo del actuar tan desesperado de su exesposo, aunque claro, eso no justificaba ninguna de sus acciones. —Y se le seguirán cerrando, porque esto no se quedará así —soltó Gustavo, decidido a seguir haciendo la vida de cuadritos a Humberto—. Quédate tranquila, Adeline. De ese infeliz me encargaré yo. —¿Qué harás, Gustavo?—Asegurarme de que desee no haber nacido. —Por favor, no hagas nada malo —le pidió. —No puedo garantizarte eso. Y ahora, hablando de otro tema, ¿cómo es eso de que estás saliendo con alguien? —indagó. —Eso fue un error —las palabras tuvieron un sabor amargo, pero sabía q
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Hombre de hielo
—Encárgate de darle una paliza. Lo quiero suplicando de rodillas. —Sí, señor —contestó el hombre del otro lado de la línea. Gustavo dejó el teléfono sobre su regazo, mientras una sonrisa retorcida se mostraba en sus facciones. En una esquina, una menuda figura lo observaba con cautela, se trataba de Carol, la niñera de su hija Sophie. —Disculpe —carraspeó ella—, le traje una taza de té. Gustavo arqueó una ceja al verla junto al umbral de la puerta. —¿Cuánto tiempo llevas ahí? —preguntó con aspereza. —Acabo de llegar —mintió, para evitar evidenciar que había escuchado su inquietante conversación. Él, en cambio, no pareció creerle porque su mirada se oscureció. —¿Qué clase de té es ese? —preguntó, en lugar de insistir con su falta de credibilidad. —Es un té de canela —explicó ella, su voz titubeante, al igual que sus pasos al entrar—. Se dice que tiene propiedades antiinflamatorias, y que también puede reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares.—Enfermedades cardiovasc
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Vestido de novia
“Lorena está embarazada”Esas tres simples palabras fueron suficientes para hacer que Adeline aterrizará de una vez por todas. —¡Largo!—su barbilla tembló y sus labios crujieron ante la rabia. —Adeline, te he dicho que…—¡Y yo te he dicho que te largues!Anthony se apartó al ver la furia en su mirada. El verde de sus ojos relucía con un fuego malicioso. La ventana emitió un sonido silbante ante el viento que entraba, Adeline notó en ese instante que de esa forma era como Anthony había entrado a su casa. Colándose por la ventana.—Vete por dónde entraste y no te atrevas a regresar nunca más—señaló a la ventana—. En este momento se acaba nuestro negocio y cualquier posible relación comercial. No quiero verte nunca más en mi vida, ¡¿te quedo claro?!Lágrimas de impotencia empañaban su rostro ante la realidad. Había embarazado a otra mujer, pero, se atrevía a presentarse en su casa en busca de quién sabe qué. No, ella no sería esa mujer. No sería su amante por mucho que lo amara. —¡
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Verdades imperdonables
La mansión Spencer gritaba riqueza y opulencia a través de cada uno de sus muebles y cuadros, que costaban nada menos que una fortuna. El mármol pulido, las lámparas de araña y el exquisito gusto de Roberto se reflejaba en cada tramo por dónde pasaba. Lorena pisó fuerte al entrar y el mayordomo no se tomó la molestia de guiarla hasta la habitación matrimonial. El personal sabía de sus andanzas con su suegro, pero todos habían firmado acuerdos de confidencialidad, así que nadie se atrevía a delatar al jefe. —Puedo pasar —dijo la mujer, asomándose por la puerta entreabierta. —Puedes —la voz gruesa y firme envió un estremecimiento a su espina dorsal. Roberto se encontraba junto al ventanal, viendo el cielo nocturno, mientras parecía cavilar muy profundamente. —¿Llegué muy temprano a nuestra cita? —preguntó, al ver que no se giraba para saludarla como era costumbre. —No preguntes tonterías y ponte ese maldito vestido con el que te voy a follar toda la noche —sus palabras, más que ar
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Un juego
—¡Papá, papá! ¿Qué te pasó en la cara? Los niños rodearon a un Humberto con la nariz rota y el rostro amoratado, quien se encontraba de pie en la entrada de la casa dispuesto a hacer una de sus visitas rutinarias. La mirada de Humberto se dirigió a Adeline, quien estaba al lado de los pequeños. —Fue un accidente. Me caí de las escaleras —mintió descaradamente, sin apartar sus ojos de ella. —¿Te duele, papá?—uno de sus hijos se atrevió a tocar una de las heridas y Humberto emitió un quejido de sufrimiento. —Niños, dejen a su padre —los regaño Adeline con voz suave—. Porque mejor no van por un poco de hielo para que le ayuden a bajar la hinchazón en el rostro. Sus tres varones salieron corriendo con dirección a la cocina, y los dos adultos se quedaron finalmente solos. —Ahora sin mentir, Humberto. ¿Qué fue lo que le sucedió a esa cara tuya? —¿Qué pasa, Adeline? ¿Estás preocupada por mí? —Ya quisieras, pero no. Me preocupa que mis hijos te vean así —contestó rotunda. —Pue
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No tiene arreglo
—¿Novio falso?El rostro de Mauricio se contorsionó en una mueca de confusión.—Sí, ya sé que tú y Humberto tienen una cuenta pendiente. Así que este es tu momento perfecto para desquitarte con él —explicó Adeline como si no fuese una cuestión muy difícil de entender. —Pero, Adeline, ¿no entiendo a qué te refieres?—Bien, déjame explicarte—se acomodó mejor en su asiento y procedió a dar un repaso con lujos de detalles de su brillante plan—. Humberto pretende usar a los niños para presionarme a que vuelva con él. Yo necesito hacer que los niños desistan de esa idea y que Humberto se dé cuenta de que no hay otra oportunidad conmigo, que ya tengo a alguien nuevo en mi vida. Claro, no es como si a él realmente le importara eso, lo único que le interesa es recuperar su anterior estatus, extraña el dinero y tener un nombre respetado. —Oh, comprendo, pero aun así —negó Mauricio, mostrándose en desacuerdo—, no me gusta la idea de ser un novio falso. Quiero decir, siempre me has parecido una
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Olvido
Lorena se paseaba de un lado a otro como una felina hambrienta a punto de realizar su caza, mientras hablaba con firmeza a través del teléfono. —Los manteles deben ser de un blanco puro, sin arrugas —su voz era autoritaria—. Las flores, rosas blancas y lirios, en arreglos simétricos en cada mesa. Y no toleraré ni un solo detalle fuera de lugar. ¿Entendido?—Sí, señora —contestó la decoradora de bodas del otro lado de la línea. La mujer lanzó el teléfono hacia el sofá, justo después de terminar la llamada; en el mismo se encontraba Anthony, quien no parecía un novio feliz, sino un hombre sentenciado a la horca. Ambos se miraron a los ojos en ese instante y la idea de saltar por la ventana y escapar de ese compromiso infernal, pasó por la mente del hombre. Pero sabía que no podía. No cuando Lorena estaba al mando y su futuro parecía sellado con ese niño que venía en camino.—Intenta al menos sonreír, ¿quieres? —lo riñó ella. Anthony dibujó una sonrisa grotesca en su rostro antes de
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