Adeline se había prometido a sí misma que haría dieta y ejercicio, sin embargo, se encontraba en frente de la nevera, contemplando un pote grande de helados, una bolsa de papas fritas y toda la comida chatarra disponible. Agarró sus golosinas y se dirigió a su habitación, era de madrugada, una noche de insomnio, al parecer. Odiaba no poder dormir, no poder dejar de llorar ni sentirte tan destruida. Quería ser fuerte, pero en ese justo instante no encontraba la forma de serlo. A pesar de que intentaba enfocarse en sus hijos, en sus sonrisas y en su vitalidad, toda esa fuerza era momentánea. Una vez que sus pequeños desaparecían de su campo de visión, volvía a caer en la depresión. La depresión era asfixiante y sofocaba su vida, como si la apretara con manos grandes. Su hermano había estado sospechando un poco de ello, porque siempre la llamaba, pero Adeline colocaba su mejor máscara de “todo está bien” y desviaba la atención de ella. Gustavo también tenía sus propias luchas y eran p
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