Cuatro años después… El césped verde y bien cuidado se extendía como alfombra bajo sus pies descalzos. Carol, con una gran sonrisa, no dejaba de perseguir a sus hijos, mientras estos corrían entre risas, cada vez más rápido. Sus cabellos ondeaban al viento, mientras las carcajadas eran el único sonido que imperaba muchos kilómetros a la redonda. En la puerta corrediza que daba al jardín, se encontraba Gustavo, viendo a su mujer y sus hijos extender sus piernas libremente, sin ningún tipo de ataduras. Sería tonto si dijera que no sentía el deseo de también pararse y perseguirlos, porque la verdad era que sí lo sentía. Quería correr al igual que ellos, alcanzarlos, jugar como lo haría cualquier padre con sus hijos. Quería ser más que un espectador en momentos como estos. —¡Carol! —llamó a la mujer, haciendo que su rostro se girará con una gran sonrisa. —¡Oh, amor, estás ahí!—corrió hacia él. Gustavo le regaló una mirada dura y entonces Carol detuvo sus movimientos, transformán
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