Adrián corrió a pesar de la noche en vela y el cansancio. Tenía tanta energía que corrió sin parar. No encontró ni siquiera un taxi, ni siquiera lo buscó; necesitaba sudar toda la rabia, el estrés y el miedo.A mitad del camino se quitó el saco y lo lanzó al suelo, dejándolo allí abandonado. Así, un rato después, casi una hora, llegó a la mansión Velasco. Entró por la puerta de atrás, tratando de no hacer ruido.No había nadie en el jardín, no había nadie afuera, no había policías, y nadie del grupo que llevaba Alfonso para matarlo. Tal vez fuera una trampa, lo más probable es que la policía estuviera ahí vigilando para atraparlo en el momento en el que llegara. Pero Adrián, dolido, tenía que hacer esto; tenía que hacerlo antes de desaparecer.Subió las escaleras despacio, caminó por los pasillos y llegó hasta la habitación de su padre. Abrió la puerta y, cuando entró, la oscuridad lo invadió. Cerró la puerta con fuerza para despertar al hombre en la cama, luego encendió la luz. Su pa
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