Mariza estaba muy asustada. Mónica estaba en la zanja, gritaba y sufría.—¡Ayuda! —lloriqueaba adolorida.—Tranquila, por favor, todo va a estar bien. Espera aquí, iré por ayuda.—¡No! —gritó—. No te atrevas a abandonarme aquí, Mariza, seguro de que quieres matarme, ¡me has empujado! Si mi bebé muere, ¡será tu culpa! ¡Asesina!Mariza estaba perpleja ante las palabras de esa mujer enloquecida—¡¿Qué…?! Yo no te hice nada, reacción, Mónica, podría dejarte aquí. Si te controlas, no hay forma en que vengan a ayudarnos, déjame ir por ayuda.—¡Me dejarás morir aquí!Mariza negó.—No lo haré, y no te queda màs que confiar en mí, si los papeles fueran distintos, ¿acaso me dejarías ahí?La mujer titubeó.—No respondas nada, mujer, traeré ayuda; a diferencia de ti, yo no tengo la sangre helada para dejarte aquí sin ayuda, menos cuando sé que esperas un hijo como yo.Mariza se dio prisa en irse. Mónica aún gritó su nombre, maldiciéndolo.***Amaranta dio la vuelta, dejando atrás a la mujer.—¡Vu
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