Dixon.Despertó entre las sábanas grises, con el torso desnudo, aún usando los pantalones blancos. Parpadeó varias veces, intentando acostumbrarse a la molesta luz que se colaba a través las cortinas. Pasó sus manos por el rostro, se sentía cansado. No había dormido prácticamente nada. Su cabeza era lío, y todo se lo debía a "Chantal Robinson", menuda niña con genes malditos que tenía la habilidad de volverlo loco ¡Y de qué manera! Podía jurar que todavía la fragancia semidulce que usaba, rondaba como fantasma por su habitación. Recordándole que la tuvo ahí, que fue de él por un instante, que la llevó al cielo como nunca había hecho con otra, o al menos, no así. Cada caricia, cada roce, cada beso, seguían vívidos en su mente, latentes, perceptibles, como si le fuera imposible borrarlo. Cincelando fuertemente sus sienes, era una tortura. Ella le sabía a eso, a tortura, a capricho, a deseo interminable que no era capaz de concretar de una vez.En sus manos estuvo tomar lo que deseaba l
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