Chantal.Pasó el seguro. Sentía como su corazón latía rápidamente. El estómago le daba brincos delatando el nerviosismo creciente dentro de su ser. Estaba sola con él y encerrados en la que parecía ser su habitación. Había accedido a seguirle y someterse a lo que él quisiera hacerle, solo que los hechos no iban a ocurrir como él los esperaba.Chantal tomó un respiro profundo cerrando sus ojos en aras de enmascarar su nerviosismo. Caminó a paso lento y calculado hasta posicionarse enfrente de Dixon. Él aún estaba sentado en el sofá, se había sacado el saco, quedado en la camisa blanca que se ajustaba perfectamente a su tersa piel. Con una mano se zafaba la roja corbata a tirones fuertes y con otra se desabotonaba la camisa, mirando a la rizada frente a él que, ensimismada, presenciaba todo el proceso. Clavaba sus ojos azul oscuro en los de ella con un brillo provocativo que la hacía permanecer estática a la espera de él, como si ese fuera el mandato que le ordenaban sus hipnóticos orbe
Chantal.Él aún mantenía los dedos empapados sobre su intimidad. Observó el semblante extasiado de Chantal y la satisfacción le hizo sonreír. Esta le correspondió, viendo aquel brillo de suficiencia en sus ojos azules. Sintió un gran bochorno y con un movimiento rápido se corrió hacia un lado, quedando sentada al otro extremo del sofá. Detalló a Dixon, desde su agitada respiración, los dedos relucientes con sus fluidos, hasta el enorme bulto que permanecía erguido entre sus piernas. "¿Y ahora que se supone que debo hacer?"Aún sentía el desmoronador éxtasis relajando su cuerpo. Observaba a Dixon dudosa, él lo notó.—No tienes que decir nada, Chantal —se acercó más ella—. Tengo la prueba de que te encantó entre mis dedos —jugaba con el espesor regalándole una sonrisa traviesa—. ¿Ya vas a admitir que te gusto? ¿Qué me deseas? —la arrogancia se sumía en sus palabras.—¡No seas tan creído, Dixon! —objetó, a lo que él frunció el ceño—. A cualquiera... —la manera con la que él la miraba l
Dixon.Despertó entre las sábanas grises, con el torso desnudo, aún usando los pantalones blancos. Parpadeó varias veces, intentando acostumbrarse a la molesta luz que se colaba a través las cortinas. Pasó sus manos por el rostro, se sentía cansado. No había dormido prácticamente nada. Su cabeza era lío, y todo se lo debía a "Chantal Robinson", menuda niña con genes malditos que tenía la habilidad de volverlo loco ¡Y de qué manera! Podía jurar que todavía la fragancia semidulce que usaba, rondaba como fantasma por su habitación. Recordándole que la tuvo ahí, que fue de él por un instante, que la llevó al cielo como nunca había hecho con otra, o al menos, no así. Cada caricia, cada roce, cada beso, seguían vívidos en su mente, latentes, perceptibles, como si le fuera imposible borrarlo. Cincelando fuertemente sus sienes, era una tortura. Ella le sabía a eso, a tortura, a capricho, a deseo interminable que no era capaz de concretar de una vez.En sus manos estuvo tomar lo que deseaba l
Dixon.Dixon observó los pétalos rojos sobre la gris alfombra. Eran la prueba de que Chantal había estado ahí. Tal vez Émile tenía razón, tal vez si seguía con su juego detrás de la rizada solo terminaría haciéndole daño. O lo que es peor, el daño lo terminaría recibiendo él, y ese era un precio que no estaba dispuesto a pagar.Él no era de ese tipo de hombres, que se derrumbaba y moría por lo que hay entre las piernas de una mujer. Él era quien las hacía desfallecer ante el deseo y el placer que les proporcionaba. Al que perseguían, al que anhelaban tener tomándolas de espalda para luego gritar su nombre. Él era digno hijo de su padre: Daniel Derricks, justo como él le había enseñado a ser, y no podía luchar contra la costumbre de poseer mujeres por diversión, o al menos eso creía. Ya que, desde el momento en que "la bola de pelos" le confirmó que él sí le gustaba, se le desarmó algo dentro que no le dejaba concretar lo que se suponía que debía hacer, y eso le preocupaba. Más aún cua
Dixon.Solo, entre esas cuatro paredes, logró respirar. Esa plática con Derek le había tocado a fondo. No tener el apoyo de su hermano era algo que sí lo desmoronaba por completo. Lo peor era que él tenía razón en todo lo que decía. Pero ya había pasado por muchas fases de negación como para detenerse ahora. Primero la odió como a nadie, por mucho tiempo, le daba repugnancia y la veía como a una cualquiera. Después le empezó a llamar la atención. Se dedicó a intentar leerla, comprender el porqué de sus actitudes. Quiso ver por sí mismo la verdad dentro de lo que había indagado, y se dio cuenta de que Chantal Robinson era mucho más de lo que aparentaba. Comenzó a fastidiarla, a ponerla nerviosa, y cada espontánea reacción junto con el rubor de sus mejillas, le fue agradando demasiado. Esa sensación que le provocaba se fue intensificando, hasta el punto de llegar a gustarle cada vez más. Se sintió culpable en algunas ocasiones, pero se logró convencer a sí mismo que no había nada de mal
Dixon.Dixon negó, respiró hondo y se mantuvo callado. Esa chica primero tenía que ver lo que hacía "su novio" antes de criticarlo a él de esa manera.—Ya está bien, Amber —la débil voz detrás de la castaña hizo que él se pusiera de pie con la velocidad de un rayo. La ojiverde asintió. Se giró hacia Chantal y le dio un beso en la frente. Se volvió para ver a Dixon antes de marcharse, no sin antes regalarle una mirada asesina y calculadora entrecerrando sus ojos.Ante su presencia estaba ella, cabizbaja. Con los rizos alborotados a un nivel que nunca había visto antes. Llevaba una blusa un poco trasparente, sin sostén, que dejaba ver bien sus marcados pechos, unos shorts holgados demasiado cortos, e iba descalza. Se dio tres bofetadas mentales para despertar del embeleso ¿Qué arte tenía ella para a pesar de estar hecha un desastre se viera tan jodidamente sexy?—Chantal —se acercó hacia ella—, yo...Y no pudo decir más, pues ella levantó su barbilla para sostenerle la mirada. El rostr
Chantal.El aire fresco se colaba por las ventanillas del auto en movimiento. Le batía los rizos. Chantal miraba el paisaje, con la vista perdida en los objetos que pasaban a toda velocidad. Sus ojos aún ardían, aunque ya estaba bastante calmada. Las ganas de llorar la seguían invadiendo. Pero ya había derramado tantas lágrimas que no se podía permitir abrirle el paso a otras más. Era uno de esos momentos en los que podía jurar que el mundo se le caía encima, una sensación que recordaba bien, y que tenía la esperanza de no repetir mientras se encontrase fuera de casa. Se sentía una ilusa, había estado equivocada al respecto, podía alejarse todo lo que quisiera, esos problemas siempre la iban a perseguir.Había pasado la madrugada más desconcertante de su vida. Tenía la experiencia al sufrir crudamente por su familia y los oscuros males que la aquejaban, era algo que la había marcado toda su existencia. También había desarrollado, sin querer, un poco de ese quejumbroso sentimiento haci
Chantal.Dentro de él se desató un deseo de tomarla de la mano, pero lo reprimió enseguida, esa acción no era necesaria. Sabía que ella caminaría detrás de él, aunque la quería a su lado.Chantal le siguió los pasos. Se detuvieron delante de una enorme puerta de cristal transparente que él abrió para ella. Ya dentro, el ambiente se volvió muy íntimo, había una cafetería y una gran barra, sofás de colores neutros y mesas para dos o cuatro personas. Lo iluminaban lámparas artesanales que colgaban del techo, dándole un toque costoso y acogedor. Dixon siguió de largo, subió unas largas escaleras de madera con forma de caracol que había en la derecha. Se dirigieron al techo, arriba había una amplia terraza, decorada con plantas poco comunes, las sillas y mesas eran de madera roja pulida, regalando un toque exótico a los espectadores. Se dirigieron a un puesto que él mismo escogió. Desde allí la vista era magnífica, se podían ver kilómetros de terreno, la carretera, los edificios, parte de