El rojo no era un color cualquiera, se había convertido en una constante en su vida. A la edad de catorce años, conoció vívidamente ese color cuando lo vio emanar del cuerpo de su propio padre, un golpe tras otro, ocasionó que pequeñas gotas rojizas salieran de él. Ese día conoció también el dolor y la impotencia, dos sentimientos fuertes qué mezclados hicieron de su vida un completo infierno. Ahora, años después, luego de haberse familiarizado tanto con ese color, volvía a padecer la misma mala impresión. Fue como un choque de la realidad, ser consciente nuevamente de que no se había hecho tan inmune al dolor como creía. En realidad, el dolor seguía estando presente en su vida, de una forma casi agonizante.—¡Deberías ver tu cara en este momento, Newton!—se escuchó la voz de Amaro, acompañada de una carcajada. El sonido le pareció lejano. Era como si hubiese entrado en una especie de bucle. Recordaba el día en que conoció a la mujer que ahora yacía sin vida en el suelo. Luego de m
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