KATIA VEGA—No, señor Saavedra, por favor… es injusto. No lo entiende… —suplicó el señor Esquivel, desesperado, con la angustia palpitando en sus ojos. —Claro que lo entiendo, está a nada de perderlo todo —continuó Marcos, regodeándose—. Espero que el mediocre de su yerno sea capaz de encontrar una solución, porque mientras se mantenga en este país, ningún negocio florecerá en sus manos, cualquier cosa que lleve el nombre Esquivel de respaldo, se pudrirá, de eso me encargaré. Los Esquivel habían sido humillados nuevamente por culpa de Noelia y su imprudencia. Dejando atrás los murmullos cargados de veneno y burla hacia la familia arruinada, Marcos me llevó hacia el auto, con su saco tibio y seco sobre mis hombros y su mano anclada a mi cintura, dirigiéndome con firmeza. Cuando se dio cuenta de que mis músculos aún seguían entumecidos y no podía andar tan rápido como él o Silvia, entonces me tomó en brazos, sin quisiera avisarme. Me aferré a su cuello, temiendo caer, sintiéndolo tan
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