LISA GALINDO—Así que lo harás… —dijo Antonio acercándose lentamente, recorriendo mi cuerpo con su mirada—. Te sacrificarás por la niña. No solo por la niña, también lo hacía por mi bebé. —¿No era lo que querías? —pregunté con la mirada fija al frente, queriendo mantenerme ajena a lo que iba a ocurrir. —Espero que me des una niña pelirroja de ojos azules… Esa sería una gran suerte —susurró en mi oído antes de desabrochar mi brassier, mientras se mantenía a mi espalda, escondido, dejando que su voz fuera lo único que se escuchaba en la habitación, causando eco—. ¿Tienes miedo? —preguntó mientras sus manos se escurrían por mi cintura hacia mis caderas, recorriendo el borde de mis bragas. —¿A quién no le daría miedo entregarse a una bestia como tú? —pregunté cerrando los ojos en cuanto mis bragas resbalaron por mis piernas hasta mis tobillos. —Entonces… ¿por qué no suplicas? —insistió tomándome por el cuello, obligándome a recargar mi cabeza en su hombro mientras su nariz comenzaba a
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