ROSA MARTÍNEZLlegué al hospital y la recepcionista me había dicho que no tenía permiso de entrar a la habitación de Héctor por orden de sus familiares. ¡¿Cómo podían hacerme esto después de todo lo que había hecho por él?!Necesitaba verlo y saber que estaba bien, además, también tenía la esperanza de que, si él estaba despierto, podría aclarar muchas cosas. Si resultaba que toda esa historia de su prometida era verdad, yo misma lo regresaría al coma del que salió con un puñetazo en la cara, por patán e imbécil.Mordiéndome los labios y cazando la oportunidad perfecta, me pegué a un grupo de internos que se adentraron por los pasillos, y le quité
ROSA MARTÍNEZ—¡Mamá! ¿Qué se supone que estás haciendo? —preguntó Héctor furioso—. ¡Rosa, ¿estás bien?! —insistió queriendo salir de la cama para ayudarme.—¡¿Tú qué crees que estás haciendo?! ¡Tienes que reposar! —exclamó la señora empujando a su hijo aún débil hacia la cama—. Creí que había quedado claro que te quería lejos de mi hijo.—O sea… Sí entendí la idea, pero… No me pregunte cómo terminé en su cama y entre sus brazos… —respondí igual de confundida que ella.—Cuando se entere de est
ANTONIO LARREASaqué de mi bolsillo una cadena de plata y dejé caer en ella el anillo que solía usar en mi meñique antes de colgarlo alrededor de su cuello. No tenía otra cosa que pudiera darle para que me recordara. —Un día, Emilia, yo ya no estaré contigo…—¿Por qué? —preguntó aterrada y sus ojos brillaron de tristeza—. ¡Prometiste que regresaríamos los tres a la finca!—Emilia, yo no prometí nada… —dije con media sonrisa, era tan adorable cuando hacía ese puchero.—¡Claro que sí! ¡Lo prometiste con la mirada!—Emilia… eso no es posible…
ARTURO VEGAAquella villa parecía muerta con todas las luces apagadas, escondida en medio del bosque. Los autos y las camionetas habían llegado en completo sigilo, acercándose lo más que podían a la propiedad. Para sorpresa del comandante que dirigía la operación, no había nadie protegiendo la entrada ni centinelas rondando el terreno. —Pareciera que… abandonaron el lugar de pronto o… —comenzó a explicar el veterano entornando los ojos al separarlos de sus binoculares. —¿Una trampa? —preguntó Marcos detrás de él, tan serio y comprometido como si fuera uno más de los uniformados. —Avanzaremos con cuidado… —contestó el comandante. —¿Emilia corre peligro? —pregunté ansioso, llamando la atención de ambos. —La niña es nuestra prioridad… Todos tienen la orden de protegerla a costa de lo que sea —contestó el comandante, pero sus palabras no me hacían sentir mejor. El grupo de hombres se desplegó, avanzando con su visión nocturna mientras Marcos y yo pusimos atención al monitor por el q
LISA GALINDOLa casa de Antonio era hermosa y muy… minimalista y sin color. Todo era blanco, negro o en algún matiz de gris. Me sentía como en una película antigua. Subí las escaleras futuristas, parecía que cada escalón salía de la pared y el barandal era de cristal. Llegué a la habitación principal y en cuanto abrí la puerta no pude evitar brincar sorprendida. Había mujeres en lencería por todos lados. Parecían muy cómodas caminando descalzas o recostadas en la cama. Cuando me vieron se desilusionaron al no encontrar a Antonio. —¿Eres la nueva? —preguntó una de ellas con curiosidad y me percaté de que tenía heterocromía. Uno de sus ojos era azul mientras el otro era castaño. —¿La nueva? —Retrocedí víctima de un espasmo. Era como si alguien hubiera metido debajo de mi blusa un par de cubos de hielo. —Es linda… —dijo otra con un mechón blanco adornando su cabello. Entonces me di cuenta de que cada mujer aquí tenía algo que la hacía diferente a las demás. Alguna anomalía genética n
ARTURO VEGA—Sí, lo que siento por ti es repudio, náuseas y odio… —contesté apretando los dientes—. Eres una maldita bruja manipuladora que ha jugado con mis sentimientos, que destruyó todo lo bueno que vivía en mí y por tu culpa casi pierdo a lo único bueno que me has dado en la vida, nuestra hija. ¿Dónde había quedado ese hombre dulce y feliz que alguna vez fui? Ella lo había asesinado hacía mucho tiempo. La única que parecía poder recuperarlo era… Lisa, pero sin ella, estaba perdido. —Vete a la mierda, Stella… Largo de mi finca y largo de mi vida. No pienso seguirte manteniendo ni darte un miserable centavo. No firmaré el contrato nupcial. Tu maldita ambición hizo que se me quitaran las ganas. »Lo que ayer daba por verte, hoy lo doy por no mirarte —agregué dándole la espalda. —Arturo… —Noté por cómo se quebró su voz que estaba aterrada—. Si dejas que salga de aquí…—¿Qué? ¿Tienes miedo de que Antonio te encuentre y te mate? —pregunté con media sonrisa. ¿No era la mejor forma de
LISA GALINDO—¿De qué hablas? —pregunté palideciendo. Sentí que la presión se me bajó. —Hice mis cuentas… y de pronto, ese diablillo que tengo sobre mi hombro izquierdo me dijo que si hubieras tenido intimidad con Arturo antes de que te capturara, bien podrías estar embarazada de él.—¿Crees que el niño es suyo? —Intenté imponerme ante mi miedo, pero este se hacía cada vez más grande y difícil de controlar. —Podría… ¿no crees? Después de todo la prueba solo me dice que estás embarazada, pero… no de quien. En estos tiempos no se puede confiar en las mujeres, ustedes son muy mañosas —agregó divertido, posado la punta de su navaja en mi mentón para evitar que agachara el rostro—. Cuando nazca el niño haré una prueba de paternidad, si no es que antes veo en sus ojos, los ojos de Arturo. —No, según mis cuentas, este niño…—¡Lisa! ¡Por favor! No subestimes mi inteligencia… —agregó haciendo su sonrisa más grande—. Si ese niño no es mío, te abriré en canal y lo volveré a meter de donde sal
ROSA MARTÍNEZUna para mí, otra para los vinos… Dos para mí, otra para los vinos… Cuando tenía un mal día o una mala racha, recolectar uvas siempre era agradable y me hacía sentir mejor, tal vez por toda la azúcar que consumía al tragarme más de media canasta. Las cosas estaban de la mierda, Arturo había descubierto que Katia y los niños eran vigilados por hombres de Antonio y no sabíamos cómo avisarle que tuvieran cuidado, pues las líneas podían estar intervenidas y eso complicaría todo. Lo único que quedaba era… como en todo buen juego de ajedrez, matar al rey, lo cual significaba que Arturo tendría que aceptar a Stella en el juego. —Ahora entiendo por qué no progresa el negocio… Esa maldita voz me detuvo haciendo que mi piel se erizara y que mi cuerpo temblara como si hubiera caído en un lago congelado. No quería voltear, sabía quién estaba detrás, pero mi corazón brincaba de emoción, acelerado, tanto que temía que me fuera a infartar. —¿No piensas voltear? ¿Me tienes miedo? —