ANTONIO LARREA
Cerré mis ojos e inhalé del ambiente la pólvora mientras el silencio se hacía cada vez más profundo.
—¡Wao! —exclamó Emilia asombrada, viendo la lata en el suelo—. ¡Fue como en esas películas de vaqueros que le gustan tanto a Samuel!
No pude hacerle daño. No pude cortar ese vínculo que comenzaba a unirme a ella. ¿En verdad quería un hijo o simplemente quería la compañía de esa niña? A su lado me sentía diferente y… era lindo que no me tuviera miedo como el resto del mundo. ¿Qué hacía un asesino como yo convirtiéndose en el mejor amigo de una mocosa como ella?
—¡Ahora yo! —exclam&o
LISA GALINDO—Así que lo harás… —dijo Antonio acercándose lentamente, recorriendo mi cuerpo con su mirada—. Te sacrificarás por la niña. No solo por la niña, también lo hacía por mi bebé. —¿No era lo que querías? —pregunté con la mirada fija al frente, queriendo mantenerme ajena a lo que iba a ocurrir. —Espero que me des una niña pelirroja de ojos azules… Esa sería una gran suerte —susurró en mi oído antes de desabrochar mi brassier, mientras se mantenía a mi espalda, escondido, dejando que su voz fuera lo único que se escuchaba en la habitación, causando eco—. ¿Tienes miedo? —preguntó mientras sus manos se escurrían por mi cintura hacia mis caderas, recorriendo el borde de mis bragas. —¿A quién no le daría miedo entregarse a una bestia como tú? —pregunté cerrando los ojos en cuanto mis bragas resbalaron por mis piernas hasta mis tobillos. —Entonces… ¿por qué no suplicas? —insistió tomándome por el cuello, obligándome a recargar mi cabeza en su hombro mientras su nariz comenzaba a
ANTONIO LARREALa llevé hasta el corazón del bosque y esperamos tranquilamente, era cuestión de tiempo para que la primera víctima llegara. Aunque no le había dicho nada con exactitud, Emilia parecía suponer lo que pasaría y no dejaba de mostrarse nerviosa. —¿Qué hacemos aquí? —preguntó en un susurro.—Esperar… —contesté y de inmediato llegó un pequeño cervatillo, caminando entre la maleza, pescando algunas hojas—. Un arma no es un juguete, Emilia, y debes de estar consciente para qué sirve, para que tengas un juicio más exacto y las ocupes bajo tu propia responsabilidad.—¿Cómo? —Sus ojos se llenaron de brillo y noté ese pequeño temblor en
ANTONIO LARREA—No creo que eso sea algo que le agrade mucho a tu padre… y el resto de tu familia —dije convencido de que no había un universo donde pudiera extender mi amistad hacia Emilia más allá de esta villa.—Te aceptarán con el tiempo… Ya verás —contestó muy segura. —No… hablo en serio… No soy una persona grata para ellos. —A veces se cometen errores, pero si te arrepientes de verdad, las cosas cambian, en serio…—Mis errores son demasiados, Emilia, aunque me arrepienta, nada cambiará… créeme. —¡¿Por qué siempre eres tan negativo?! —exclamó riendo—. ¡Anda! ¡Vamos a darle estas flores a Lisa! —agregó echándose a correr de regreso a la casa. Después de voltear hacia donde se encontraban los ciervos hacía un momento y ver ese espacio vacío, decidí alcanzar a esa pequeña angelita que no paraba de ver el mundo con optimismo. •••LISA GALINDO—¡Mira lo que trajimos del bosque! —exclamó Emilia al entrar corriendo a mi habitación, agitando unas hermosas flores silvestres en su man
ROSA MARTÍNEZLlegué al hospital y la recepcionista me había dicho que no tenía permiso de entrar a la habitación de Héctor por orden de sus familiares. ¡¿Cómo podían hacerme esto después de todo lo que había hecho por él?!Necesitaba verlo y saber que estaba bien, además, también tenía la esperanza de que, si él estaba despierto, podría aclarar muchas cosas. Si resultaba que toda esa historia de su prometida era verdad, yo misma lo regresaría al coma del que salió con un puñetazo en la cara, por patán e imbécil.Mordiéndome los labios y cazando la oportunidad perfecta, me pegué a un grupo de internos que se adentraron por los pasillos, y le quité
ROSA MARTÍNEZ—¡Mamá! ¿Qué se supone que estás haciendo? —preguntó Héctor furioso—. ¡Rosa, ¿estás bien?! —insistió queriendo salir de la cama para ayudarme.—¡¿Tú qué crees que estás haciendo?! ¡Tienes que reposar! —exclamó la señora empujando a su hijo aún débil hacia la cama—. Creí que había quedado claro que te quería lejos de mi hijo.—O sea… Sí entendí la idea, pero… No me pregunte cómo terminé en su cama y entre sus brazos… —respondí igual de confundida que ella.—Cuando se entere de est
ANTONIO LARREASaqué de mi bolsillo una cadena de plata y dejé caer en ella el anillo que solía usar en mi meñique antes de colgarlo alrededor de su cuello. No tenía otra cosa que pudiera darle para que me recordara. —Un día, Emilia, yo ya no estaré contigo…—¿Por qué? —preguntó aterrada y sus ojos brillaron de tristeza—. ¡Prometiste que regresaríamos los tres a la finca!—Emilia, yo no prometí nada… —dije con media sonrisa, era tan adorable cuando hacía ese puchero.—¡Claro que sí! ¡Lo prometiste con la mirada!—Emilia… eso no es posible…
ARTURO VEGAAquella villa parecía muerta con todas las luces apagadas, escondida en medio del bosque. Los autos y las camionetas habían llegado en completo sigilo, acercándose lo más que podían a la propiedad. Para sorpresa del comandante que dirigía la operación, no había nadie protegiendo la entrada ni centinelas rondando el terreno. —Pareciera que… abandonaron el lugar de pronto o… —comenzó a explicar el veterano entornando los ojos al separarlos de sus binoculares. —¿Una trampa? —preguntó Marcos detrás de él, tan serio y comprometido como si fuera uno más de los uniformados. —Avanzaremos con cuidado… —contestó el comandante. —¿Emilia corre peligro? —pregunté ansioso, llamando la atención de ambos. —La niña es nuestra prioridad… Todos tienen la orden de protegerla a costa de lo que sea —contestó el comandante, pero sus palabras no me hacían sentir mejor. El grupo de hombres se desplegó, avanzando con su visión nocturna mientras Marcos y yo pusimos atención al monitor por el q
LISA GALINDOLa casa de Antonio era hermosa y muy… minimalista y sin color. Todo era blanco, negro o en algún matiz de gris. Me sentía como en una película antigua. Subí las escaleras futuristas, parecía que cada escalón salía de la pared y el barandal era de cristal. Llegué a la habitación principal y en cuanto abrí la puerta no pude evitar brincar sorprendida. Había mujeres en lencería por todos lados. Parecían muy cómodas caminando descalzas o recostadas en la cama. Cuando me vieron se desilusionaron al no encontrar a Antonio. —¿Eres la nueva? —preguntó una de ellas con curiosidad y me percaté de que tenía heterocromía. Uno de sus ojos era azul mientras el otro era castaño. —¿La nueva? —Retrocedí víctima de un espasmo. Era como si alguien hubiera metido debajo de mi blusa un par de cubos de hielo. —Es linda… —dijo otra con un mechón blanco adornando su cabello. Entonces me di cuenta de que cada mujer aquí tenía algo que la hacía diferente a las demás. Alguna anomalía genética n