La parranda vallenata en la que se convirtió mi boda fue monumental. No me la imaginé que fuera a ser tan buena. Hubo orquesta, mariachis, Alejo cantó varias tantas. La comida fue exquisita, no solo los platos principales, los pasabocas, la gente pasó comiendo, bailando, cantando, tomando y riendo. —Eso me gustó demasiado. La felicidad en todos mis amigos y me alegraba que se sintieran felices por mí. Porque yo me encontraba en el mejor día de mi vida, después de tanto esperarla ahora era mi hermosa esposa. Ya eran las cinco de la mañana; habíamos bailado hasta terminar cansados, era como una de las muchas parrandas en nuestra época universitaria. Los niños hacía mucho, se habían ido a dormir, al igual que el padre Castro, quien nos acompañó hasta las doce. Hubo almuerzo a la carta con personal del restaurante de José Eduardo de la sede de Medellín, luego un bufete para la cena, después de la medianoche las mamás de nuestras mujeres se pusieron a hacer un sancocho para mantenernos e
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