El elegante automóvil negro se deslizó por las calles iluminadas por la luna, el pulso de la ciudad se atenuó hasta convertirse en un suave latido a medida que avanzaban hacia la zona residencial. Angelo miró de soslayo a Sara, su silueta serena no revelaba nada de la tempestad que sentía gestarse bajo su exterior frío. Sabía que no debía romper el silencio; su mandíbula apretada era suficiente advertencia.—Gira aquí a la derecha. —dirigió con frialdad, con la voz cortando la tensión como una cuchilla. Él obedeció y los neumáticos del coche susurraron contra el pavimento.Momentos después, cuando el vehículo se detuvo frente a su opulenta casa, Sara finalmente estalló. —¿Cómo pudo hacerme esto? —Golpeó su mano contra el tablero, el sonido fue agudo en el espacio reducido. —Lo sé... sé que Alejandro tiene sus... distracciones, pero ¿humillarme así? ¡Frente a todos!Angelo se movió incómodo. —Sara, tal vez…—¡Cállate, —espetó, con un torbellino de emociones arremolinándose en sus ojos.
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