Los párpados de Sara se abrieron y vieron la blancura estéril de un techo desconocido. Le palpitaba la cabeza, un sordo recordatorio de los acontecimientos que la habían llevado hasta allí: los ojos fríos de Cleo, el brillo del cañón de una pistola y el agarre implacable de su brazo mientras la empujaban hacia el interior del coche.—Uf. —gimió, intentando sentarse, pero sentía como si sus extremidades estuvieran llenas de plomo.Entonces, atravesando la niebla de la confusión, un grito rompió el silencio. El corazón de Sara dio un vuelco. Se volvió hacia el sonido y allí, en una cuna montada apresuradamente junto a la cama, yacía el bebé de Ava, con el rostro arrugado por la angustia.Sara no sabía qué hacer, un bebé, ella no sabía cuidar a un bebé. Pero algo dentro de ella surgió, un sentimiento que la hacía vulnerable. —Oh, no, no, cariño… —murmuró Sara, empujándose fuera de la cama. A pesar de su propio estado tembloroso, sus brazos instintivamente alcanzaron al bebé. En el momen
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