CAPÍTULO 66

Los tacones de Sara resonaban con impaciencia sobre los inmaculados suelos de mármol mientras avanzaba por el opulento vestíbulo de la mansión de sus padres. Una casa que siempre había creído que era un símbolo de estabilidad y amor, ahora parecía un cascarón frío y vacío.

—Señora Huntington. —gritó María, una de las criadas, vacilante, apretando un guardapolvo contra su pecho como si fuera un salvavidas.

—¿Dónde están mis padres? —preguntó impaciente.

—Tus padres están en el hospital. Tu hermana… —Para. —espetó Sara, su voz aguda como un látigo—. Ava nunca será mi hermana.

María retrocedió, su expresión era de lástima y sorpresa, pero a Sara ya no le importaba. Podía sentir la furia burbujeando dentro de ella como un veneno, un infierno que amenazaba con consumirla desde dentro.

—Lo lamento… La señorita Ava dio a Luz. —respondió María, su voz apenas era más que un susurro.

—Así que ya nació su hijo. —habló Sara, y el nombre le dejó un sabor amargo en la boca. Giró sobre sus talone
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